○40○

5K 477 563
                                    

Adrien

    Cada palabra... Cada letra pronunciada por aquella hija de puta me hacía perder el control. La sangré comenzó a herbirme a fuego lento y por un menté llegué a apretar tanto mi mano que creí extrangularla. 

    «Si pensaba que iba a dejar que pusiera a Marinette en peligro, lo llevaba claro» 

    Me había esforzado en mantenerla a salvo del gilipollas del rey, protegiéndola de cualquier rumor o chisme que pudiera exponernos y hora ésta cabrona pretendía estropearlo todo por una puta caja y una supuesta venganza sin sentido. A ella esa gente no le había hecho nada, como mucho yo debería hacerlo, después de todo fui el principal perjudicado en el asunto. Pero, claro, lo suyo no era venganza, sino un odio y un rencor hacia otras personas que por casualidades de la vida han conseguido una vida mejor. 

   —Te mataré antes de que llegues si quiera a abrir la boca—la amenacé, observándola con un odio desmedido.—Así que más te vale no cabrearme porque te juro que te  arranco la cabeza del cuerpo. 

   Kagami soltó una carcajada socarrona y negó con la cabeza. La falta de aire comenzaba a pasarle factura y lo supe por el tono rojo y violáceo de piel, porque por lo demás, no parecía estar afectándole en lo más mínimo, al contrario, resistía bastante bien. 

   —Adrien...—murmuró con un poco de dificultad.—Si querías matarme, deberías haberlo hecho cuando tuviste la pistola en la mano. 

   Alcanzó a esbozar una sonrisa burlona y me miró directamente a los ojos. 

   —Ya es demasiado tarde. 

   Fruncí el ceño y esbocé una mueca, un poco confundido con sus palabras y, antes de poder responder, Kagami realizó una llave maestra, enroscando sus piernas sobre las mías, de forma que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. 

   —Me cago en la hostia—gruñí, esbozando una mueca de dolor debido a la caída. ME golpeé por el costado y por poco la muy hija de puta me retuerce un brazo. 

   —Vaya... ésto me recuerda a algo—ironizó Kagami y se llevó una mano a la barbilla pensativa, fingiendo recordar.—¡Ah, cierto! Así fue como derribé a tu princesita, ¿no te lo ha contado? Me pilló tratando de robar la llave, y la muy estúpida se pensó que podía acabar conmigo con una insignificante pistola.—la expresión de desagrado con la que lo contó, reflejaba perfectammente su antipatía hacia Marinette.— Menuda causalidad, ¿no crees? Los dos muy valientes y los dos igual de necios para el combate cuerpo a cuerpo. Tienes razón, ¿sabes?—sus ojos se entrecerraron y su sonrisa se tiñó de algo más que la burla: desprecio.—Estáis hechos el uno para el otro. 

   —Hija de puta...—dije, tratando de ponerme en pie a la vez que me llevaba una mano al costado.—Si me entero de que le hiciste algo te juro que... 

   —Tranquilo, héroe—me interrumpió haciendo un gesto de insuficiencia.—Ella está a salvo, para eso tiene a un ejército de guardias a su disposición. Al menos por el momento, porque  ya sabes que eso puede cambiar. Ya depende de ti que ese ejército esté de su lado o en su contra. 

   Le lancé una mirada fulminante y con impaciencia busqué la pistola que había guardado en mi cinturón. 

   «Joder, ¿dónde cojones la he puesto?»

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora