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Dirá la gente que yo estoy loca 

Si yo estoy loca, es porque andas en mi cabeza 

Quise obligarme a olvidar tu boca 

Y ahora mi boca dirá que si tu regresas 

Aitana Ocaña (Vas a quedarte) 

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Marinette

Cuando el carruaje se detuvo, una oleada de personas se acercó a nosotros para recibirnos. Mi padre se bajó primero y me tendió la mano para ayudarme a bajar. 

 Dos guardias se acercaron a nosotros y se situaron uno a cada lado para escoltarnos a la entrada del palacio. Papá me extendió el brazo para que me agarrase a él y así entrar juntos  a los grandes jardines reales.  

 El barullo de la gente me atolondró levemente, a parte que tenía un nudo en el estómago que no me dejaba respirar bien, no sabía si se debía por la presión del corpiño sobre mi cintura o por la presión de todo lo que se venía encima. 

 Nos paramos en numerosas ocasiones para hablar con personas que no había visto en mi vida pero por su apariencia elegante y refinaba saltaba a la vista que se trataban de integrantes de la élite. Papá los recibía a todos con una gran sonrisa y los saludaba cordialmente a pesar de que muchos de ellos se paraban únicamente para fisgonear y analizar mi apariencia y mi comportamiento. 

  Mantener una expresión amigable delante de todos ellos era una de las cosas más complicadas de mi vida. Se notaba a kilómetros que aquellas personas eran puras apariencias y rebosaban falsedad por todos lados.

 Así, y tras lograr escapar de una gran barrera de chismosos pudimos poner pie en los jardines donde al parecer era donde se estaba desarrollando la mayor parte de la fiesta. Había dos grandes mesas alargadas que se situaban paralelas en la parte central y los invitados las iban recorriendo probando cada uno de los platos que estas ofrecían. Por otra parte, estaban los más animados, que bailaban junto a una fuente rebosante de agua al ritmo de la música de la banda que se encontraba refugiada en una pequeña cúpula junto a la entrada del castillo. 

 Sin duda, toda una gran celebración. 

  Aquello estaba rebosante de personas que muy pronto estarían expectantes al recibir la gran noticia del rey. 

  Mis ojos se quedaron plasmado en la inmensas del lugar y pronto un sentimiento de pánico se apoderó de mí: toda esa gente iba a estar observando. Iba a quedar completamente expuesta, ante sus críticas y reproches. 

 —Marinette—la voz de mi padre me sacó de mi ensoñación.—Marinette, ¿Hija me estás escuchando? 

 Pestañeé varias veces para aclarar mi mente y lo miré. 

  —Esto... Sí, sí, te escucho. Yo... lo siento estaba un poco abochornada por toda la gente—me escusé. 

  —Tienes las manos heladas—dijo envolviendo mi mano con la suya.—¿Estás bien? 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now