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Adrien

   Reunirme con aquella gente no me hacía ni puta gracia. Aunque el tal Antoine estaba de mi lado no pensaba bajar la guardia. El tío me tenía como en un pedestal y depositaba en mí su máxima confianza, a diferencia de mí, que no me fiaba ni de mi sombra. 

   Ahora resultaba que la panadería era un cuartel secreto de reuniones. Según ellos, mi era el mejor lugar fuera de sospechas. Al parecer, el señor estaba metido en negocios turbios, más de los que yo me podría meter y ya es decir. 

    Tenía bien claros sus objetivos y su plan estaba jodidamente bien preparado. A su lado, el plan que tenía con Kagami era una puta mierda, literalmente. Teníamos planeando conseguir las llaves y la caja, pero no conocíamos el paradero de las otras tres llaves, así que a ese paso, el hijo de puta del rey podría morirse de viejo y Marinette pariendo como un conejo con mocosos con la cara de su marido.  Sin embargo, Antoine tenía planos, mapas y señal de al menos dos de ellas, y en cuanto a la caja, bueno, aún estaba cruda la cosa, pero según él, la localizaría pronto. 

   —En el ala norte del castillo, hay un despacho, por el pasillo real—indicó Antoine, dibujando trazos en un plano que mostraba todas y cada una de las habitaciones del palacio.—Ese lugar está lleno de libros y documentos. Toda la historia de Francia está ahí almacenada y obviamente, también tiene lugar para el último testamento del rey sin heredero. 

  Me rasqué la barbilla con indiferencia, observando desde arriba el plano que ocupaba toda mi mesa de madera.  

   —Yo no estaría tan seguro—apoyé mis manos sobre la mesa y lo miré a los ojos.—Si tantas molestias se tomó ese rey para esconder la caja y las llaves, ¿qué te hace pensar que te dejarías las instrucciones para llegar hasta ellas? Sería de idiotas hacer eso.

   Antoine sonrió ante mi suposición. Estar atento a su plan lo enorgullecía. 

   —En ningún momento he dicho que tengamos que buscar un mapa, muchacho—explicó.—Pero como bien sabes, Guillermo era un amante de los rompecabezas y juegos absurdos de adivinanzas. Por eso buscaba un heredero que estuviera a su misma altura, uno capaz de descifrar todos y cada uno de sus acertijos y es eso lo queremos buscar. 

   —Si piensas que ahora también soy una especie de adivino, se está equivocando—ne crucé de brazos y me apoyé sobre una de las patas de la mesa.—A mí me va más la acción, las letras y no nos nos entendemos muy bien. 

   Soltó una pequeña risotada y negó con la cabeza. 

   —Tranquilo, de descifrarlos ya se encargará uno de mis hombres—me aseguró.—Se ha pasado años estudiando el comportamiento y las costumbres de Guillermo, leer esos documentos será pan comido

   Fruncí el ceño. 

   —Y... Si ya tiene un equipo de hombres que se encarga de todo, ¿qué es lo que quiere que haga yo?

   —La mejor parte, ¿no te parece suficiente? Matarás a Jouvet y a su familia cuando tengas la ocasión—aseguró, gesticulando con sus manos.—Aunque... Mientras tanto, sí que puedes hacer  algo para mí. 

   Lo miré, curioso, interesado por sus últimas palabras.

   —Quiero que te cueles en ese castillo y me traigas esos documentos—sus ojos se clavaron en los míos, reafirmando aún más su orden.—Sé que conoces ese sitio más bien de lo que quieres aparentar.

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Where stories live. Discover now