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Adrien

     El escándalo llegó a los pocos minutos de salir por la puerta trasera del castillo. No sé quien cojones dio la voz de alarma, quizás alguien que viera al muerto, o la misma Marinette, aunque a juzgar por como la había dejado, dudo mucho que tuviera muchas ganas de salir corriendo a avisar. 

   Fuimos testigos de como se reclutaba a un pelotón de guardia para a la caza de los ladrones que habían asesinado y robado en la seguridad de palacio, pero para cuando salieron de allí, nosotros ya habíamos llegado a la panadería. 

   —Pues ya está—dije, con un tono de voz más decaído del que me hubiera esperado.—Lo hemos conseguido. 

   Me sentía extraño, con un nudo en el estómago que no me había dejado tranquilo desde que salí por aquella jodida puerta. 

   Siempre que cumplía todos y cada uno de mis objetivos, salía a celebrarlo por allí. Disfrutar de mis triunfos era el mejor sabor que me llevaba a la boca y ese día debía hacerlo, y el doble, porque había matado a dos pájaros de un tiro y entre ellos a la persona que más creí odiar dentro de ese miserable mundo. 

   Saqué de mi cinturón las dos pistolas y la catana y me quité la chaqueta mientras me estiraba con pereza. 

   —Lo has hecho mejor de lo que me esperaba—confesó Kagami, esparciendo los documentos por la mesa. Los observó victoriosa y puso los brazos en jarra—. Te felicito, ni yo misma lo hubiera hecho mejor. 

   Me encogí de hombros con indiferencia. 

   —Ya dije que pensaba demostrar lo poco que quedaba de esa mujer dentro de mí—dije, sin muchas ganas.—Ninguno me creísteis y yo os he dado en las narices. 

   —Tú mismo nos hiciste pensar así con esos gustos tan raros que tienes a la hora de vengarte—dijo, con cierta satisfacción.—Aunque tengo que confesar que tienen su encanto.

   Caminé hacia uno de los muebles de la panadería, ignorando la tertulia monótona que Kagami había iniciado. 

   —Ya estoy deseando entregárselos a Antoine—prosiguió ella.—Después de ésto no volverá a dudar de nosotros y con la ayuda  de estos documentos, la búsqueda de esas llaves será pan comido. Nuestro plan está cada vez más cerca. 

    Se giró hacia mí, esperando algún comentario y cualquiera de esas gilipolleces que solía decir en los momentos más importantes, pero en lugar de eso, me encontró abriendo la puerta de un mueble y sacando una botella de ron.

   —No me estás haciendo caso, ¿verdad?—inquirió, cruzándose de brazos.—¿Y qué haces con esa botella? 

   —Es hora de disfrutar de mi victoria a solas—dije, levantando la botella mientras esbozaba una sonrisa que por más que intenté, no fue más que una amarga.—Estaré afuera, en el porche. Mientras... tú puedes echarle un vistazo a esos papeles o... irte a dormir. 

   Me llevé una mano a la cabeza y me pasé los dedos por el pelo, echándolo hacia atrás por un instante, pues después éstos volvieron a caer despeinados sobre mi frente. 

   —Y..., por favor, no me molestes, ¿vale?—le pedí.—Solo déjame solo ésta noche. 

   No esperé respuesta, tan solo abrí la puerta y la cerré a mis espaldas. Entrar en contacto con el exterior se sentía bien, pero sentía que en aquellos instantes no podía sentirme de ese modo. Una brisa suave alborotó mi cabellera y no pude evitar suspirar renegado al mismo tiempo que caminaba por el suelo de madera hasta las escaleras. Allí, me senté sobre el primer escalón, apoyando los antebrazos en las rodillas y abriendo el tapón de la botella con los dientes. 

©La coleccionista de corazones perdidos |SCR2|Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum