Termina en Egipto

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Creyeron que te enterraban
Y lo que hacían
Era enterrar una semilla

Las cuerdas se encontraban tiradas alrededor de su cuerpo como si se tratasen de serpientes muertas. Lena le había dado el encendedor para que las pudiera quemar, de éso estaba segura, y también conocía muy bien la razón. Mientras intentaba deshacerse de los nudos la había inundado la sensación de que aún tenía esperanza, de que estaba haciendo algo para poder salir de ése lugar pero cuando terminó, con una pequeña quemadura que le provocaba un ardor en su brazo, notó que ésa había sido su última misión. Soltar las cuerdas y esperar, esperar la muerte dulce.
Antes de dormirse y soñar que había despertado junto a Bill se había permitido perder un poco el control. Aún con sus manos atadas y el paralizante recorriendo su sangre tomó las fuerzas que tenía y rasguñó la madera hasta que sus dedos sangraron y las astillas se clavaron de forma dolorosa bajo su piel, gritó con toda la fuerza de sus pulmones consumiendo una generosa parte del poco oxígeno del lugar y lloró, lloró hasta que su cabeza no lo pudo soportar más y se dejó llevar por el sueño que al menos le permitió acercarse a Bill nuevamente.

Ahora, sin embargo, un brillo se despertaba en sus ojos mientras rompía la tela del vestido que tenía y la usaba para crear un improvisado cubrebocas que le servía para evitar que el polvo del lugar la ahogara con más facilidad. Descansó sus brazos a los costados, respiró profundamente y comenzó a vivir sus últimos minutos.
El sonido de su rodilla y su puño golpeando la madera era rítmico y adormecedor. Sus nudillos habían comenzado a sangrar en los últimos cinco minutos mientras a la madera parecía no ocurrirle nada, aún así no se dejaba vencer.
Su puño y su pierna siguieron subiendo y bajando con la firmeza necesaria sin detenerse en ningún momento y finalmente sintió cómo la madera hacía un suave crac y la rodilla se hundía ya no en solidez, sino en la arena que comenzó a caer con una rapidez excesiva dentro del ataúd. Movió su cuerpo presa de una adrenalina avasallante, ambas piernas lucharon por agrandar el agujero hasta que sus pies pudieron contraerse y romper la mitad inferior. Ignoró la sangre de sus manos que se habían cortado al tomar la madera rota y comenzar a sacar los pedazos para poder escapar. La arena le cayó en la cara y cerró sus ojos con fuerza mientras daba manotazos en un intento completamente desesperado de inclinar su cuerpo hacia adelante, lo consiguió en dos segundos, se deslizó como una lombriz buscando el aire puro del exterior, tratando de mantener su mente despejada, de no entrar en pánico estando tan cerca de la libertad, pero sabía que no iba a poder lograrlo.
La arena era más liviana que la tierra lo que significaba una ventaja a la hora de moverse, pero carecía de la solidez necesaria para poder dejarla atrás, y por cada centímetro que se elevaba retrocedía dos. El corazón le latía con una furia que no podía contener, y su cuerpo se movía con locura hasta que su mano rompió la superficie y sintió el aire helado envolviéndola. Las mismas piedras que Lena había usado para evitar que el viento del desierto la desenterrara, fueron las que la ayudaron a hacer base en el último momento y salir inspirando una bocanada de aire embriagadora que la hizo marearse.
Muchas veces intentó recrear el momento del escape en su mente, pero jamás lo logró, parecía que el tiempo que había pasado entre que estuvo enterrada hasta encontrarse tendida sobre su espalda mirando el cielo, se había desvanecido en la nada. Habían sido no más de quince segundos de la mayor lucha que había dado en su vida pero los pataleos y la desesperación que la habían transformado en una máquina de supervivencia no los pudo recordar nunca más, quizás era lo mejor.
Se arrastró hasta quedar a diez metros de su tumba y un dolor punzante la hizo mirar hacia abajo. Intentó ponerse en pie pero falló, un trozo de madera parecido a una estaca se había clavado en su pierna y notó con horror que la atravesaba por completo, encima de su rodilla la astilla de 20 centímetros sobresalía por el otro lado y casi se desmaya por la impresión. Sus manos temblorosas rasgaron la manga del vestido y lo anudó con fuerza encima de la herida para evitar desangrarse, el dolor era casi insoportable ahora que la adrenalina había desaparecido de su cuerpo, tomó la madera con ambas manos, cerró sus ojos y de un tirón la sacó, un grito abandonó su garganta. El ruido amplificado por el sufrimiento y la bronca se escuchó a kilómetros de ahí, toda su magia parecía haber sido expulsada en ése momento. En un pueblo cercano las mujeres atrajeron a sus hijos y los cubrieron con un abrazo mientras rezaban por lo bajo, Jace que corría a cierta distancia de ahí, escapando de su traición, se volvió protegiendo a Mary que comenzó a llorar en su hombro. Lena se despertó sobresaltada y se arrepintió de haber dejado un cabo suelto.

Lo que empieza en Egipto (Bill Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora