Besos prohibidos

65.9K 3.1K 284
                                    

No sabía cuánto tiempo había pasado allí, disfrutando de la oscuridad y mirando a través de la gran pared de cristal; en algún momento me había sentado en la última escalera y había dejado de escuchar el bullicio del comedor. Las luces del jardín se encendían y apagaban regalándole a mis ojos un precioso espectáculo de brillo y color que me relajaba y me hacía sonreír.

Escuché cómo alguien se sentaba tranquilamente a mi lado y las cosquillas que se extendieron por toda mi piel me indicaron que se trataba de Alessandro. Mi sonrisa se amplió al sentir como acercaba la punta de los dedos a los míos, hasta que nuestros dedos quedaron entrelazados. 

—Por un momento creí que habías huido. —Su voz, grave y dulce al mismo tiempo, me hizo estremecer.

—¿Por qué haría algo así?

—No lo sé... Tal vez preferirías estar en Madrid. —Giré la cabeza para quedarme atrapada por el brillo de su mirada.

—Todo lo que me importa está aquí ahora. —Él trató de ocultar su sonrisa con los traviesos mechones de cabello que se habían soltado de su coleta.

—¿Sí? —preguntó con inocencia—. ¿Y qué, o quién, te importa? —Una suave sonrisa se escapó de mis labios.

—Mi madre, mi padre... —Alessandro alzó la vista y fijó sus profundos ojos en mí, logrando que se me olvidase cómo hablar.

—Sí... ¿Quién más? —Admiré su angelical rostro por unos segundos, hasta que mis mejillas subieron vergonzosamente de color y temperatura. Sentía una suave presión en mi pecho, tan dolorosa como deliciosa, y mis manos temblaban nerviosas. ¿Quién más hacía que no tuviese prisa por volver a Madrid?

—Tú. —Susurré.

Alessandro se mordió el labio inferior, tratando de reprimir su sonrisa, pero esta pudo más que él y finalmente, con un corto suspiro, me permitió disfrutar del pequeño hoyuelo que se marcaba en su mejilla derecha.

—Me alegra que estés aquí. —Me aseguró.

—Me alegro de haber venido. —Confesé ligeramente avergonzada.

Alessandro se acercó lentamente a mí, acelerando con cada milímetro superado el ritmo de mi corazón. Los nervios me obligaron a cerrar los ojos, esperando con ansia el momento en que nuestros labios se juntaran, pero el tiempo pasaba y mis labios seguían desnudos.

Abrí con cuidado un ojo y vi que el semipelirrojo me observaba divertido, con el rostro aún separado del mío por varios centímetros. Abrí el otro ojo y él rompió a reír logrando que mis pómulos se tiñeran de un potente color morado. Me crucé de brazos haciendo un ridículo puchero con la boca; estaba tan enfadada como avergonzada.

—No te enfades. —Me pidió él con voz dulce y aun sonriendo. 

Yo apreté los brazos alrededor de mi pecho y agaché la cabeza para que no viese la decepción de mi mirada. ¡Quería mi beso! Escuché de nuevo otra corta y melodiosa risotada de Alessandro antes de que deshiciese el nudo que habría creado con mis brazos y tomase mi mano entre las suyas.

—Eres realmente adorable, Daniella.

Se acercó y me dio un suave y delicioso beso que me transportó durante unos segundos  al cielo. Cuando nos separamos para tomar aire, mi corazón dio un pequeño brinco en señal de protesta. Con la mano libre, retiré las ondas de cabello que tapaban mi rostro y miré de reojo la maldita y preciosa sonrisa de Alessandro. En ese instante lo odiaba y amaba al mismo tiempo. ¿Era eso posible?

—¿Puedo saber qué te ha llevado a tomar la decisión de venir? —Preguntó de pronto curioso. 

Yo lo miré levemente apenada, sabiendo que mi motivo no había sido demasiado noble. Él notó mi cambio y preguntó:

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Where stories live. Discover now