¿Por qué me rechazas?

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Esa mañana me desperté sola en mi habitación.

Desde que habíamos vuelto de Italia, no había pasado ni una sola noche en la que Alessandro no se colase por mi balcón para dormir abrazado a mí. Decía que a mi lado dormía tranquilo, que no tenía pesadillas, y yo adoraba sentir ese calor embriagador que emitía su cuerpo, acunándome hasta dejarme dormida.

Había sentido mucho frío esa noche; daba vueltas y vueltas sin encontrar una buena posición y apenas había logrado conciliar el sueño cuando la alarma de mi móvil se activó.

Me metí en la ducha sintiéndome agotada, coloqué el agua más caliente de lo habitual y dejé que calentase mis músculos entumecidos. A pesar de que mi cuerpo, poco a poco, se sentía más reconfortado, había algo que el agua no podía calentar: mi alma.

Una y mil veces había repasado en mi mente la conversación que había mantenido con Alessandro después de nuestro encuentro con Axel. El proyecto de pelirrojo había subido a mi habitación a petición mía; después de darle vueltas al asunto, había logrado encontrar el lado cómico de lo ocurrido y así trataba de transmitírselo a él, pero a pesar de sus sonrisas, se mostraba distante, y sus ojos apenas se detenían en los míos más de dos segundos.

Cuando el reloj marcó las once y media, Alessandro se levantó, besó mi frente y dándome las buenas noches se dirigió al balcón.

—¿Te vas? —Pregunté extrañada.

—Es mejor que hoy durmamos cada uno en nuestra habitación. —Me había dicho con una pequeña sonrisa antes de desaparecer de mi vista, dejándome con la sorpresa tatuada en la cara y un profundo vacío en el pecho.

¿Le habría dicho algo Axel?  No podía ir junto a él y preguntárselo sin recordar la situación en la que nos había encontrado, y aunque yo le había visto la gracia, ¿quién me decía que Axel también lo hubiera hecho? 

No, estaba segura de que si Axel lo hubiera castigado, o algo por el estilo, Alessandro me lo hubiera dicho, se habría reído y no habría acatado ninguna sanción. Tenía que ser algo más importante, tal vez más grave, pero, ¿qué era?

Frustrada y con un fuerte dolor de cabeza, decidí dejarlo pasar y ver cómo se encontraba Alessandro esa mañana. Si le había sucedido algo grave él mismo se lo contaría cuando se sintiese preparado, como había hecho con la historia de sus padres y su accidente. Sólo debía darle tiempo.

Más animada ante ese pensamiento, bajé al comedor, agarré un vaso grande de café con leche y un croissant recién hecho, y me dirigí a la mesa del fondo, donde Filipp, Alan y Alina ya estaban esperando. Sentí una punzada de preocupación al no ver a Alessandro, pero me autoconvencí de que aún estaría durmiendo.

El rubio hablaba por teléfono con el rostro serio, haciendo saltar mis alarmas. ¿Le había pasado algo a Alessandro? Corrí hasta la mesa y me relajé notablemente cuando escuché que hablaba con Lincy.

Alina y Alan me saludaron con una divertida y cómplice mirada, señalando a Filipp, que tenía todos los músculos del rostro en tensión.

—¿Esta tarde?... Con Mat...—Preguntaba Filipp—. Oh ya, el de los videojuegos...sí...Sí, recuerdo que te invitó a tomar algo...Ya, las fichas... —Su voz sonaba mortificada y celosa, y su mandíbula se apretaba mientras le extraía con furia toda la miga a su bollito de pan, y la arrojaba a su lado sobre la mesa—. No, claro que no me importa. No tendrías por qué habérmelo dicho siquiera Lizz.

Lo miré sorprendida y luego rodé los ojos exasperada, sabiendo el error que mi amigo acababa de cometer.

—Claro, hablamos esta noche. Pásalo bien con Mat —Dijo el nombre del chico con rabia, a la vez que estrujaba el pan entre sus dedos—. Chao, Lizz.

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Where stories live. Discover now