¡Me confundes!

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—¡Buenos días a todos! —Saludé al entrar en el gran comedor.

Fui hasta la cabecera de la mesa, donde siempre se sentaba mi padre y le di un beso en la mejilla. Durante los días que había pasado con él, me había demostrado con creces su cariño y su alegría por tenerme al fin en casa y yo debía admitir que estaba encantada. No había sabido cuánta falta me hacía mi padre hasta que tuve a mi lado.

—Buenos días, hija —dijo sonriendo. Había notado que cada vez que le demostraba mi afecto sus ojos brillaban de alegría. Como cuando me había escuchado decir que me iba a mi habitación y había hecho todo un espectáculo de felicidad por que ya considerase ese espacio de mi propiedad.

— ¡Buenos días! —canturreó Gina también con una gran sonrisa mientras aplicaba mermelada de melocotón sobre una tostada—. ¿Has dormido bien? ¡Hoy te necesito con energía para terminar la decoración! —Asentí y ella dio un par de saltitos de alegría en la silla.

En el poco tiempo que la conocía, le había tomado un gran cariño. Gina era una persona muy activa, alegre y extremadamente cariñosa. Había estado ayudándola con la decoración de la casa  para la gran cena de navidad, y había descubierto que me gustaba eso de combinar colores, formas y texturas para crear algo armónico y bonito. Ya sólo nos faltaba terminar con la decoración de los jardines y habíamos terminado. 

Me fijé en que Alessandro aún no había bajado, pero su primo, Nicholas, ya estaba esperándome en la silla contigua a la mía. Como cada mañana, se levantó y apartó mi silla de la mesa para que luego yo me sentase y él pudiera acercarla de nuevo.

—Gracias, Nico —Él me sonrió.

—No es nada —Me sirvió zumo, me acercó el plato de tostadas, el queso fresco y la mermelada de fresa.

Le sonreí y él levantó varias veces las cejas, presumiendo de lo caballeroso que era. Nico y yo nos habíamos vuelto inseparables desde el principio; el pelinegro era muy amble, atento, divertido e incansable; nunca se estaba quieto y siempre se le ocurría algo que hacer o algún lugar al que ir. Con él no había tiempo de aburrirse. Aunque había algunos momentos, en los que me gustaría arrancarle la cabeza

—¡A nuestro primo se le han pegado las sábanas hoy!

Rodé los ojos con cansancio. Estaba harta de decirle que Alessandro y yo no éramos primos, pero él no dejaba de molestar con eso. Axel también estaba como cada mañana sentado a nuestra mesa, y cuando escuchó el comentario de Nico, levantó la vista del periódico para sonreírme con malicia y dar un lento sorbo a su café, dándoselas de interesante. Él sabía que ni al proyecto de pelirrojo ni a mí nos gustaba que nos emparentasen de ese modo, y al igual que Nicholas, adoraba molestarnos.

Alessandro apareció por la puerta agarrándose el pelo en una coleta y dio los buenos días.

—Tus primos ya llevan un rato despiertos, Alessandro. Debería darte vergüenza. —Lo molestó el profesor ganándose una sonrisa cómplice del americano.

—¿Qué haces aquí viejo? ¿No tienes casa propia? —Axel vivía a sólo diez minutos de la casa de mi padre, pero casi siempre estaba con nosotros.

—Me encanta venir a verte por las mañanas.

—Lo que quieres es no tener que hacerte el desayuno. —Gina y mi padre seguían comiendo como si nada mientras ellos discutían; al parecer ya estaban más que acostumbrados a sus peleas matutinas, pero a Nico y a mí aún nos sorprendían y entretenían.

—Sí, eso también. —Admitió.

—Eres un viejo vago.

—¡Que no soy viejo!

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt