¡Sorpresa!

88.8K 3.9K 1.1K
                                    


ϟ ..ઇઉ..ϟ

Tenía que haber millones de formas mejores de empezar una semana, pero no, a mí me tenía que tocar empezarla de forma vergonzosa y ridícula.

Me había levantado temprano; quería ducharme para relajarme y vestirme tranquilamente.

El otoño había llegado y el día se presentaba frío, por lo que me coloqué unas medias blancas que subían hasta arriba de mis rodillas, me puse la falda del uniforme, una camisa de manga larga y por encima el jersey azul celeste reglamentario. 

La falda sólo llegaba tres palmos por debajo de mi trasero, pero me alivió comprobar en el espejo que no se me veía nada aunque me agachase, además, no me quedaba mal, de hecho, me agradaba el gracioso movimiento que tenía cuando caminaba.

En un principio me había parecido horrible la idea de llevar uniforme, pero, después de pensarlo detenidamente, agradecía no tener que estar preocupándome de elegir ropa cada mañana. Guardé el colgante de las gemelas por debajo del jersey para sentirlo cerca.

"Debería bajar a desayunar".

Sí, debería, pero no lo hice. 

Me sentía demasiado nerviosa y temía hacer algo estúpido en mi primer día. ¿Qué tal si tropezaba con algún pie o si me sentaba en un lugar ya reservado por otro alumno? No, no. ¡Eso sería demasiado vergonzoso!

Nunca me había considerado tímida y no recordaba que nunca antes me hubiera puesto nerviosa por nada. ¿Había tenido motivos siquiera? No había ido a la escuela, no había tenido que lidiar con burlas de otros adolescentes en épocas de acné o cuando llevé aparato dental, ni con las incertidumbres del primer amor... Había dado mi primer beso a los dieciséis años, pero no había sido por amor.

Había sido con Pablo; nos habíamos conocido en el otoño de mis quince, cuando él se había mudado a Madrid, y nos hicimos buenos amigos; y en el verano de mis dieciséis, después de un largo viaje con mi madre, volví a casa, quedamos y, nada más vernos, ¡él me besó! Había sido alarmante, extraño e incómodo. Se había separado de mí rápidamente y me había pedido disculpas. —"Ha sido la emoción de volver a verte"—, había dicho. 

Estuvimos el resto del verano riéndonos de eso. Al terminar las vacaciones se fue con sus padres a Argentina, y ya no supe más de él, pero deseaba que le fuera muy bien.

Llamaron a la puerta y todos mis sentidos se pusieron alerta; tal vez bajar al comedor era obligatorio y alguien venía a decirme que saliese de mi habitación. Abrí y vi a Sophia con una bandeja que contenía una jarra de leche y una tacita con un platillo a juego, sobres de azúcar, sacarina, café, cola-cao, galletas, magdalenas, tostadas con mermelada y varias piezas de fruta.

La miré expectante. ¿Se suponía que yo iba a comer toda esa comida?

—Pensé que no bajarías a desayunar, y como no sé qué prefieres... traje un poquito de todo.

"¿¡Un poquito!?"

Mi estómago rugió hambriento y Sophia me sonrió pidiendo paso. Dejó la bandeja encima de mi baúl y me ordenó comer.

—Sé que estás nerviosa, pero cuanto antes empieces a relacionarte con los demás mejor será para ti—Asentí, que fácil era decirlo—. Tienes una hora para acabarte eso, baja luego la bandeja al comedor, ¿vale? ¡Suerte en tu primer día! —Y sin más se fue.

Miré la bandeja asustada. ¡Era imposible que me comiese todo aquello!

Hice una foto de mi primer desayuno londinense. ¡Esperaba que no comiesen así siempre! Tal vez una tila hubiese sido lo más acertado para esa mañana, no obstante, ¡había recibido servicio de habitaciones! No tenía derecho a quejas. Eché leche en la tacita de porcelana blanca y le agregué cola-cao.

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Where stories live. Discover now