Falsa enfermedad

53.8K 3.3K 362
                                    


ϟ ..ઇઉ..ϟ

No sabía cuánto tiempo había pasado bajo el agua, pasando una y otra vez mi mano por encima de las pequeñas marcas redondas de mis brazos, tratando de borrarlas con jabón, por supuesto, sin éxito alguno, mientras los recuerdos de la anterior noche volvían a mí.

Me sobresaltaron unos suaves golpes en la puerta. 

No pude escuchar la voz de Alessandro al otro lado, pero sabía que él estaba ahí, preguntándose si me habría pasado algo. Apuré mi ducha. No era justo preocuparlo.

Con cuidado, apliqué una vez más el champú de Alessandro sobre mi cabeza y masajeé ligeramente, evitando presionar en los pequeños chichones sintiendo como el dulce olor a avellana relajaba mi cuerpo. Recordaba levemente cómo me había pedido a gritos que abriera los ojos, cómo me había cargado en sus brazos y cómo había aceptado mis disculpas y me había perdonado; lo que sí recordaba a la perfección, era lo que me había relatado unos minutos atrás. El brillo de sus ojos mientras me contaba que me había tenido que duchar, su rostro despreocupado al hablar de mi ropa interior...

Sentí como el calor se adueñaba de mis mejillas cuando mi mente comenzó a imaginar las grandes manos de Alessandro sobre mi piel, erizándola por completo. Sacudí con fuerza mi cabeza, riñéndome, pero sólo conseguí hacerme daño. Me aclaré el jabón y salí de la ducha para devolverle a Alessandro un par de golpes en la puerta, haciéndole saber que estaba bien.

Me enfrenté una vez más al espejo. Ni mi precioso colgante mejoraba mi aspecto. ¿Cómo iba a ir así a clase? A pesar de lo que le había dicho a mi vecino, sabía que el maquillaje no taparía bien las marcas de mi cara; estaban demasiado oscuras. Había tenido más suerte con los brazos y la espalda, protegidos por la ropa, y aun así estaban bastante amoratados, pero mi cara... Cualquiera podría ver las marcas debajo de la crema con color que tenía.

Salí envuelta en una toalla, ya que no tenía ropa limpia que ponerme, y vi a Alessandro sentado en la cama, con la vista fija en sus pies descalzos y las manos apretadas en un puño sobre su móvil. Me aclaré la garganta para que supiese que ya había salido y, al verme, arrojó el pequeño aparato encima de la cama.

—¡Daniella! ¿Sabes cuánto tiempo llevas en el baño? ¡Cuarenta y siete minutos, exactamente! ¡He estado a punto de tirar la puerta abajo! —Suspiró tratando de calmarse—. Pensé que te habías desmayado de nuevo... Es la última vez que cierras la puerta. —Me advirtió. Enrojecí.

¿La última vez?

—¿Es que quieres que me bañe aquí a menudo? —Pregunté divertida tratando de hacerle una bromita por hablar sobre mi ropa interior.

Alessandro abrió los ojos sorprendido, pero enseguida los entrecerró y alzó una traviesa ceja. Se levantó de la cama y se acercó a mí con una intensa mirada felina.

—¿A caso tú no? —Me obligué a no retroceder.

Levanté la vista para encontrarme con la suya, cálida, brillante, sin señales de tristeza y a pocos centímetros sobre la mía; tragué saliva ruidosamente haciéndole arquear las comisuras de los labios. Su dulce olor a avellana y suavizante noqueó por completo mis sentidos. Él bajó los ojos a través de mi piel mojada, quemando mi cuerpo a su paso, y de pronto, apartó la vista y retrocedió.

Lo miré extrañada, y confundida por mi repentina decepción, mientras que él me daba la espalda. Cuando se giró de nuevo, me tendió el pantalón de chándal y la camiseta de manga larga que tenía preparados sobre la cama.

—Ten, ponte esto mientras me ducho.

Alessandro no tardó en salir más de diez minutos; su cabello, oscurecido por el agua, estaba recogido en una coleta baja, goteando sobre su jersey negro. No había visto aún a alguien a quien los pantalones gris oscuro del uniforme, le sentasen tan bien.

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Where stories live. Discover now