67 Un minuto más

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Regálale al mundo mi paz

Algunos meses después, todo en la vida de todos se encontraba más estable y cierta ocasión, el doctor José Miranda fue sido invitado a una convención médica a la ciudad de Nueva York, en los Estados Unidos. Él, amaba estar actualizado en temas de salud y le gustaba asistir a este tipo de eventos, pero amaba un poco más a su esposa y por lo regular, la señora Maite siempre lo acompañaba, solo que ahora y por recomendación médica no podría hacerlo. Para el doctor Miranda, la única opción que le quedó, fue pedirle a María José que esa semana se hiciera cargo por completo de su madre. Ella aceptó, pero tuvo una condición, la cual era que su mamá se hospedara en su departamento. Llegaría desde el lunes por la mañana y estaría hasta el viernes por la tarde y por salud, no debía realizar ningún tipo de esfuerzo físico, caminar grandes distancias, mucho menos subir o bajar escaleras. Todo estaba bien organizado y no iba a ser sometida a lo que tenía prohibido. La semana iba bastante bien y estaba por concluir, pero llegó el jueves por la noche.

—Hola hija, buenas noches. ¿Cómo estás?— la señora saludó a la recién llegada.

—¿Por qué sigues despierta?— María José revisó la hora en la pantalla de su celular— pasa de medianoche.

—Te estaba esperando— le sonrió— ¿trajiste las croquetas para Van Gogh? ​

—No, lo olvidé.

—Tu gato ya no tiene que comer.

—Mañana sin falta las compro. ¿Y sabrás desde a qué hora está descompuesto el elevador? ​

—Como desde las seis.

—Solo espero que quede listo para mañana o mejor no, porque así, nunca podrás irte— se acercó a su madre que seguía sobre el sillón. La abrazó, besó su mejilla y luego se recostó colocando la cabeza sobre su regazo.

—¿Cómo te fue hoy?

—Mucho trabajo como siempre. Oye, ya que es tu última noche conmigo, ¿me cantas Loa Loa? ​

—¿No prefieres que vayamos a tu habitación, te recuestas en tu cama y allá cantamos?​

—No, necesito que sea justo ahora— María José tomó la mano de su madre y la colocó sobre su propia cabeza.

La señora Maite comenzó a cantarle a su hija como lo hacía cuando era pequeña mientras le acariciaba el cabello y despacio se durmió en sus brazos. ​Con cuidado y para no despertarla, se levantó, fue a su habitación y regresó con una sábana para cubrir a su hija, le dejó un beso en su mejilla y se retiró a dormir.​

Al día siguiente, María José despertó muy temprano, continuaba sobre el sofá y debía ir a trabajar. Para esa ocasión, ella había cambiado de turno y de esta manera, consiguió tener la tarde libre para llevar a su madre a casa. Entró a la habitación que la señora ocupaba.

—Mami, ya me voy— habló en voz baja.

—Cuídate mucho— la señora Maite despertó.

—Te veo en la tarde para ir a comer y por la noche te llevaré con mi papá.

—Hija, prométeme que serás feliz.

—¿En mi trabajo? Sabes que sí, soy feliz siendo paramédico.

—Y en la vida personal también. Encuentra a alguien a quien amar y ama como si nunca lo hubieras hecho antes y si decides que será Samantha tu compañera, sean inmensamente felices.

—Mami, ¿qué tienes?— le parecieron extrañas y fuera de lugar las palabras de su madre.

—Esta mañana me invadió la melancolía— le sonrió con nostalgia— quizá porque ya me voy.

Cometas por el cielo [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora