la carta

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS

PART II


— Ana, cariño. En lo último que voy a pensar en Bali es en si Nora se queda con Julia o con Carlos, lo sabes, ¿No? —. Preguntó ella, al    otro lado de la línea. Podía escucharla teclear de forma mecánica en su escritorio; un café a buen recaudo, –los amigos mejor cerca que lejos, decía ella–, y visualizar el cigarrillo que debía de estar consumiéndose sobre el cenicero de color marrón que la mayor se había comprado hacía ya dos veranos en Praga. Aún recordaba aquel despacho como si fuese el primer día. Isa, me había recibido con cierta desgana: A mí, a una chica de diecinueve que ni si quiera tenía para empezar en aquel mundillo. Sin embargo, mi tía, que era amiga, de la amiga de no sé quién, (que además, conocía a Isa), me había conseguido unos diez minutos en aquella oficina.

— ¿Qué tienes para ofrecerme, chiquilla?— Me había preguntado. Con su acento canario y sus ojos, tras los cristales de unas finas gafas de marca. Yo, más nerviosa que un flan, por hablar de forma modesta, me acerqué y le entregué el caótico manuscrito. Isa lo cogió en silencio y lo ojeó por encima. Cuando salí de allí, estaba casi segura de que sería la última vez que vería aquella mujer y, al mismo tiempo, la última que cruzaría aquel umbral.

Y sin embargo, allí estaba, con la suficiente confianza como para estar enfadada con mi jefa y, un borrador dentro de un documento de word que me observaba expectante. El cursor temblaba en la pantalla, pero no tan rápido como vibraba mi corazón en aquellos instantes.

— Sabes tan bien como yo que odio a tus becarias...— Gruñí.

— Se merecen tanto una oportunidad como tú lo hacías aquel día, Anita.— Ahí no podía rebatirle nada, pero seguía sin hacerme gracia la idea de dejar aquel futuro, mi futuro, en manos de una completa extraña. Lo que escribía era la parte más interna de mí. Esas cosas que no podía decirle a nadie y que solo se entendían con palabras, escondidas entre los versos de historias fantásticas.

— Yo solo...— Traté de empezar. Sabía que estaba siendo egoísta, que quería a Isa para mí y solo para mí. Eso no era justo. Debía superar el miedo y enfrentarme al mundo real; el golpe era igual de duro que la primera crítica, pero después, vienen muchos más. Y eso es lo que pasa con la gente en la vida, vienen y van: Tenemos que acostumbrarnos a perderles.

Pero a mí nunca se me había dado bien eso de dejar ir. Más bien era una experta en huir de los finales hasta que estos se me echaban verdaderamente encima. Cualquiera diría que he aprendido la lección, ¿No?, irónico, porque para eso, primero tendría que superarlo. Dejar de aferrarme al recuerdo y borrar su nombre de mi cabeza. Sin embargo, el problema empieza en los pensamientos: Que no poseen un botón de encendido y apagado frente al que luchar. Simplemente vuelven: Como las olas del mar al chocar con las rocas en el puerto, al final, siempre acaban dejando huella.

Habían pasado siete años y una semana desde que dejé de escribir aquellas estúpidas cartas. Agoney pensó que sería buena idea: Algo así como una forma de finalmente despedirme; de encerrar nuestros momentos en papel y luego guardarlos bajo llave. Conseguir pasar página, literalmente, se había vuelto una panacea inalcanzable; un bucle que llevaba viviendo años y contra el cual, cada vez parecía más difícil combatir. Porque dicen que el tiempo cura el recuerdo, pero, para mí, el no verla, simplemente me daba más tiempo para pensarla.

A veces leía el periódico. El periódico deportivo.

Se había vuelto una manía que aparecía de vez en cuando. Más en cuando que otra cosa, pero ahí estaba. El primer ejemplar que veía todas las mañanas antes de ir a recoger a mi tía. Y solo me fijaba en la portada, eh. Que no quería saber los detalles.

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now