veintinueve

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CAPÍTULO VEINTINUEVE

Llevo un mes sin escribirte. Ha habido cambios en mi vida, quizás demasiados, y por eso, hasta hoy, no he podido sacar tiempo para ti.

He de admitir que lo he echado de menos: A esta forma inmaterial que he creado a tu imagen y semejanza y a la que me paso las tardes hablando como si estuviese loca. Y no te lo voy a negar, a veces sí que considero que lo estoy, supongo que no es normal que después de tantos años siga estancada en la misma mierda, reviviéndola una y otra vez, pero también sé, que es la única forma que conozco de paliar con el dolor que me produce pensarte; vomitándote sobre hojas en blanco y dejando que sea la tinta la que cuente nuestra historia.

He de admitir que me ha ayudado a entenderlo: Todo lo que hice mal. Algo siempre me dijo que íbamos a terminar, pero antes de ello, fuimos una efímera eternidad que duró hasta aquel día. Precisamente aquel: Octubre llegó con semanas de incertidumbre, frío en mis entrañas y unas irremediables ganas de marcharme con mi tía.

Pink palace era un local que habían abierto a las afueras del pueblo, no muy lejos de donde estaban el resto de bares y discotecas. Mi tía me insistía con que tuviese cuidado con esas cosas, y que si salía, le mandase algún mensaje para que pudiese irse a dormir tranquila.

— No tengo ganas de quedarme mucho, de verdad...— Tampoco las había tenido de estar allí en primer lugar, pero desde que Ricky había vuelto a mi vida, la montaña rusa sobre la que estaba montada era aún más caótica.

— Pero un rato sí. Me tienes que ver en acción.— Bromeó con chulería.

— Ni que ser camarero fuese tan difícil...— Respondí yo, rodando los ojos.

Como le gustaba decir al mallorquín: Ahora era económicamente independiente, y por eso, en cuanto había tenido la primera oportunidad, se había mudado conmigo a mi casa. « Era mejor que un piso de estudiantes, después de todo...»

Y la verdad, no me disgustaba. Me daba alguna que otra razón más para quedarme allí, en Galicia, aunque poco a poco, se me estuviesen agotando; al igual que la paciencia y los cigarrillos en la cajetilla que me había conseguido Mireya.

— Ya verás, en cuanto veas a María te van a entrar unas ganas de quedarte...

Y ahí estaba otra vez. Ricky se había empeñado en que la única manera de que tú volvieses a fijarte en mí era poniéndote celosa, pero si era sincera, no sé si estaba yo de humor para jugar a aquellos juegos. Un tira y afloja era lo último que necesitaba. Ansiaba tener las cosas claras, saber si este era o no el final.

— O de pirarme si las veo.— Sentencié mientras llegábamos. La música se escuchaba ya desde fuera, estaba abarrotado. Había una cola bastante larga, quizás, llegaba hasta el final de la calle. Por suerte, como Ricky trabajaba allí, nos la pudimos saltar sin ningún problema.

— Viene conmigo.— Le dijo al camarero mientras le enseñaba su pase.

Atravesamos el bullicio con rapidez. Ricky cogió mi mano y yo me dejé llevar. Música alta y cuerpos moviéndose al son de la misma en la pequeña pista de baile.

— ¡Perdona!— Exclamó. Nuestros cuerpos colisionaron como si de inercia se tratase. Perdí la mano de Ricky durante unos segundos, también el equilibrio, pero en su lugar encontré aquellos ojos claros que brillaban contra las rosadas luces de neón.

— Rebeca...— Casi respiré su nombre en un susurro. Era ella. Había cambiado en aquel tiempo, pero seguía siendo la misma. Seguía estando preciosa.

— ¡Ana!— Exclamó. Sus labios dibujaron una fina sonrisa, enseñando sus dientes perfectos y blancos. Me fijé verdaderamente bien en ella, llevaba un vestido de color plateado, el pelo suelto, un poco ondulado pero hacia un lado, y un maquillaje bastante discreto que ni si quiera alcanzaba a cubrir la marea de pequeñas pecas que adornaba su cara.

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now