cuatro.

1.9K 146 28
                                    


CAPÍTULO 4

El amor no parece amor cuando no sabes que lo es. Simplemente es un sentimiento tan interiorizado que sus gestos son como movimientos involuntarios.

Es una necesidad constante, una sonrisa tonta que se dibuja sin darte cuenta, un batir del corazón tan rápido que asusta. Porque estar enamorado y estar en la inopia es como vivir con los ojos cerrados.

Si fuese fácil, si hubiese sido fácil, me habría dado cuenta de lo que sentía mucho tiempo atrás, pero en mi vida, en mi familia y en mi propia cabeza, se me había puesto la etiqueta de heterosexual con pegamento, y para ser sincera, ni yo misma sabía que podía quitármela, que existían otras opciones, o que, por algún casual, enamorarte de tu mejor amiga era posible.

No sabía por qué sentía que me mareaba en tus abrazos; por qué me gustaba tanto dormir a tu lado o por qué mis ojos parecían buscar tu rostro de forma inconsciente a todas horas.

Pero lo qué más me costaba entender era por qué cuando hablabas de él me sentía de aquella manera.

Era un escalofrío, un escalofrío que recorría mi cuerpo desde mia pies hasta mi cabeza, un sentimiento en mi pecho, como si estuviese encerrada en algún lugar y fuese incapaz de salir; y una rabia arrogante y desoladora.

También había cierta soledad, quizá decepción. No sé. Pero era el verano antes de empezar sexto de primaria y estaban cambiando demasiadas cosas.

Por alguna razón, me asustaba el cambio. Cuando mis padres se separaron mi vida dio un giro bastante importante, pasé de tener una familia de postal a una madre que veía dos veces al año, un padre que trabajaba demasiado para tener tiempo para mí y un millón de preguntas sin respuesta.

Por eso, el simple hecho de que la única cosa que tenía segura en mi vida, que eras tú, cambiase también, me aterraba.

— ¿Crees que debería pedirle salir?

— ¿No se supone que deben hacerlo los chicos? — Inquerí, pensando que te referías al drama adolescente que estábamos viendo aquel día en el salón de tu casa, sentadas en el sofá y con un bol de palomitas entre ambas.

— No me refiero a ella. — Suspiraste. — Me refiero a Pablo.

Aquella era la primera vez que caí en la cuenta de aquello.

Cuando eramos más pequeñas todo era más sencillo, no tenía que pensar en mis sentimientos ni preocuparme por ellos, sin embargo, a medida que íbamos creciendo empezábamos a ser más conscientes de cómo funcionaba la vida. ¿En qué momento habíamos empezado a preocuparnos por chicos y dejado los juegos de espías?

— Oh. —Contesté. La cabeza me daba vueltas y me dolía el estómago. Me costaba entender por qué estabas enamorada de él, me costaba entender por qué le veías a él y no a mí, que estaba sentada ahí junto a ti y que había estado siempre a tu lado.

— Jo, Ana. Se supone que tienes que darme consejos de mejor amiga. — Te quejaste, suspirando de forma audible.

— Sabes que se me da fatal.— Me excusé. Lo cierto era que el único consejo que podía darte era que no le pidieses salir, pero entonces estaría mirando más por mis intereses que por los tuyos, por lo que preferí quedarme callada.

— Eso no es cierto. — Te quejaste. — Siempre sabes lo que tengo que hacer.

— Que no, Miri. Que no sé qué puedes hacer. Yo de chicos no tengo ni idea, son todos unos tontos y...

— Oye. — Frunciste el ceño, cogiendo el mando de la tele y paraste la película, de la cual nos habíamos olvidado completamente. — Relájate. — Me dijiste. Sin importarte la razón por la que discutíamos apartaste el bol de palomitas y te sentaste a mi lado.

si fuese fácil.  // Wariam.Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang