Veintidos.

2.1K 121 39
                                    

CAPÍTULO VEINTIDOS

Siempre me habían calmado las olas del mar.

La arena, húmeda entre mis dedos mientras que el agua mecía mi cuerpo en un pequeño vaivén de una tarde de verano. Con los ojos abiertos, fijos en el cielo que se fundía en naranja, y sin escuchar nada, me dejé llevar hacia unos metros más alejada de la orilla.

No era igual que en Canarias. Canarias era un ambiente cálido y pesado constante, tan cálido que hasta el agua, cuando rozaba mi piel, estaba tibia. Allí, al estar anocheciendo hacía frío. Pero yo no podía decir que había tenido que acostumbrarme. Lo único que tenía de mi tierra era el acento por mi hermano y mi padre, pero a veces ni eso. Supongo que era por pasar tanto tiempo contigo, ¿No?

Que no era malo. Pensar en Canarias en aquellos instantes tampoco era algo que me apetecía; no quería pensar en nada y no quería preocuparme por nada. Era como si, después de lo sucedido, después de tanto golpe: Necesitase poner mi vida en pause unos segundos.

— Ana, ¿Dónde estás?— De repente, frente a mi pequeño viaje por mis pensamientos, apareció tu rostro. Tus ojos me miraron con fijeza mientras que tus rizos, no del todo húmedos, acariciaban mi abdomen en el momento que te inclinaste para sostener mi peso muerto en el agua. Yo me sumergí unos segundos, buscando aclarar mi cabeza y luego salí a la superficie, respirando con fuerza.

— Aquí, estoy aquí.— Susurré. Mentí, mentí y por eso no me creíste, ya que aunque mi cuerpo hubiese estado flotando en el mar, mi mente se encontraba a kilómetros de distancia.

— No lo parecía.— Señalaste, pero no insististe. Pegaste mi cuerpo al tuyo y escuché como tu pecho se movía al respirar. Apoyé mi cabeza ahí, justo sobre la parte que el bikini de color rojo sobre tu piel tostada cubría. No sé cuánto tiempo llevábamos allí metidas, pero tampoco quería pisar tierra firme.

Después de asimilar el haber visto a mi madre en el cementerio te había pedido que me sacases de allí. Aún me parecía un sueño, y mientras caminábamos, te lo había preguntado un millón de veces: ¿Era real?, no podía serlo. No podía porque aquello no estaba en los planes, y mucho menos en el guión. Pero, ¿A quién quiero a engañar?, ya no me sorprendía.

Habíamos llegado a tu casa. Yo me había sentido encerrada y así, es como habíamos acabado allí. La playa estaba a menos de dos kilómetros, solo había que salir de la aldea y llegabas allí: Al lugar donde todo el mundo iba en busca de paz. Era tranquila, quizás demasiado para ser una playa en verano, pero supongo que era porque estaba bastante escondida y alejada así de los turistas.

— ¿Qué pasa si te digo que no quiero volver? — Alcé la mirada para encontrarme con la tuya. Tenías los ojos fijos en mí, mirándome con toda la preocupación que puede albergar alguien de tu edad. A veces, creo, que maduramos demasiado pronto.

— Te diré que podemos quedarnos un rato más.

— Me da miedo. — Susurré.

— Sabes que puedes quedarte en mi casa el tiempo que necesites, Ana.

— Pero no para siempre.

Negaste.— En algún momento te va a tocar afrontarlo. A tu tía y a tu hermano. Sé... sé que están preocupados por ti. Y que te quieren.

Sabía que eso era verdad. Después de todo, ellos eran la única familia, —directa—, que me quedaba, pero en aquellos instantes, yo, simplemente podía verlos como el enemigo de mi propia guerra interna. Supongo que necesitaba echarle la culpa a alguien y les había elegido a ellos.

— No sé qué decirles. — Admití. — Ni tampoco sé que es lo que quiero que me digan. –hice una pequeña pausa.— O si quiero oírlo.

— Lo sé.— Te mordiste el labio, quedándote unos segundos en silencio. Supongo que uno de mis errores fue el querer usarte como respuesta para todo, porque cuando llegó nuestro momento, nunca supe qué hacer. — Pero... simplemente ve cuando estés lista, ¿Vale?

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now