tres.

2.1K 153 27
                                    

CAPÍTULO 3

— ¡Despiertaaaaaaaaa! — Grité, (tan alto que lo escuchó el barrio entero), mientras abría la puerta de tu habitación y, sin pensármelo dos veces, me lancaba encima tuya.

Ouch. — Gruñiste, dando un bote en la cama del susto mientras que tus párpados se abrían como platos. Tu mirada estaba demasiado cerca de la mía, inocente y chocolateada, pero me encantó verte sonreír con los ojos al darte cuenta de que era yo. — ¡¿Ana?! — Exclamaste, esta vez alterada mientras que, al estar encima tuya, podía notar como el corazón te iba a mil por hora.

Definitivamente, te había dado un susto de muerte. Menos mal que éramos jóvenes y teníamos bien el corazón, que sino vete tú a saber cómo había acabado aquello.

— Feliz cumpleaños, caraculo.

Me separé un poco, solo hasta que estuviste sentada y pude volver a abrazarte con cariño. Llevaba preparando aquello semanas, con la ayuda de mi hermano, Efrén y tu madre, claro. No entendían como una niña de diez años podía tener tanto ímpetu en hacerle una fiesta sorpresa a su mejor amiga, pero es que yo me había empeñado en darte el mejor cumpleaños de la historia y no estaba dispuesta a que algo saliese mal.

— ¿Era necesario venir a despertarme? — Preguntaste, correspondiendo a mi abrazo y achuchándome un poco de más para lo pequeño que era mi cuerpo.

Tu cara cambió de color en cuanto viste la hora. — ¡Las siete de la mañana!

— Quería ser la primera en felicitarte. — Suspiré, haciendo un puchero.

— Menos mal que me gusta verte la cara, que sino... — Bromeaste, dejando un pequeño beso en mi mejilla. Sonreí.

Yo sabía que por las mañanas eras más leona que nunca, pero oye, si una quería hacer las cosas bien, tenía que arriesgarse, aunque con el paso del tiempo he aprendido que en tu cumpleaños, lo mejor es dejarte dormir hasta la una del mediodía y que el resto viene después de esa hora.

— ¿Me perdonas si te doy esto? — Me levanté, y como alma que lleva el diablo me acerqué a una bolsa que había dejado en el suelo antes de entrar y lanzarme sobre ti. De esta saqué un pastel, bueno, más bien un pequeño cupcake de chocolate y vainilla con una velita. Era bastante cutre, lo sé, pero el día anterior me había pasado la tarde cocinando y sinceramente, solo se había salvado ese.

Y te quería demasiado como para darte uno chamuscado.

Tu sonrisa se ablandó, ya no parecía importante que te hubiese despertado tan temprano ni de aquella forma. No sé si fue por la comida, o si fue por mí. Quizá ambas cosas, ¿No?

— Jobá, Ana. Eres la mejor amiga del mundo mundial. — Dijiste. No pude evitar reírme, pues tenías la comisura de los labios manchada de la crema de vainilla que le había puesto por encima. Eras adorable.

Y para ser sincera, me alegro de haber guardado esa imagen con llave en mi memoria, pues ahora puedo recordar cada detalle, cada detalle de tu sonrisa torpe, tus ojos brillantes de felicidad y tu pelo alborotado tras haber dado vueltas toda la noche en aquella cama en la que apenas cambíamos las dos.

— Vamos a ser amigas siempre, ¿No? — Pregunté. Sé que eso es algo que se dice muy a la ligera, y que normalmente, las amistades de la infancia se acaban perdiendo con el tiempo. Porque el tiempo es traicionero y no espera a nada ni a nadie, tampoco perdona, pero yo tenía claro que iba a hacer todo lo posible para tenerte siempre en mi vida.

— Claro que sí. Cuando tengamos sesenta años y estemos solteras, —Porque tú habías dejado claro que no te ibas a casar nunca, que eso del amor no te iba, — Podemos tener un montón de gatos juntas.

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now