Veintiuno.

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CAPÍTULO VEINTIUNO.

La casualidad de encontrarte en los versos que escribo dormida.

Somos cicatrices.

"Somos heridas. Heridas que se cierran, heridas que se abren y vuelven a sangrar como el primer día. Nada claro, pero somos imperfectas. La ley de nuestra propia historia: Una eterna despedida que grita a los cuatro vientos un final para poder descansar: Olvidar, olvidarte, o olvidarnos. "

Me miré al espejo con cierta desgana. Últimamente aquel cristal era el reflejo de todos los errores que había cometido en la última semana, pero como había decidido enfrentarme a mis fantasmas, me obligué a mí misma a mantenerme fija la mirada.

— Necesitar urgentemente hacer algo con ese pelo, chica.

La voz de Mireya me irritó. Salí de mi pequeño trance para verla sentada sobre mi cama. Quizás era sábado, o lunes: No sé. Hacía demasiado que había dejado de contar los días.

No tenía nada que esperar, o nada por lo que vivir, así que simplemente me había rendido y dejado que la vida me llevase. Tumbada sobre mi cama, observando el techo como si tratase de contar todas las imperfecciones de la pared, había dejado el mundo girar mientras que mi vida se paralizaba. O al menos, hasta que Mireya Bravo se había cansado de tonterías y había entrado por aquella puerta. Sus zapatos con de tacón me anunciaron que lo que se avecinaba era definitivamente peor que una tormenta.

—Si has venido aquí solamente para decirme eso, creo que es mejor que te vayas.— Contesté, con cierta inmadurez. No me había parado a pensar en lo que pasó: O sí, quizás le había dado tantas vueltas que había acabado enterrándolo, pero yo, estaba tan centrada en compadecerme que ni si quiera me paré a pensar en ti, o mejor dicho, que tú fueses la razón de esa visita.

— Eres gilipollas, ¿Verdad?— Soltó ella. Tan directa como una bala al corazón: Joder. Estaba tan acostumbrada a que todos me tratasen como una muñeca de terciopelo que he de admitir que aquello me sorprendió. No, no sé decir ahora si realmente era eso lo que quería.

Me pilló con la guardia baja. O todo bajo en general, pero entonces, todo lo que Mireya dijo, actuó como si alguien me cogiese de la pechera y me golpease con fuerza. El sentir, todo lo que había echado en falta, volvió tan de golpe que casi rompí a llorar.

— Mira: Lo entiendo. Entiendo como te sientes y que estés así.— Empezó, más sosegada, tomando aire en un intento de calmarse. Podía sentir desde allí las ganas que la rubia tenía de dejarme un ojo morado.— Pero no es justo, Ana. No es justo para Miri, para Mimi y mucho menos para ti.— Escuchar tu nombre me encogió el pecho. Quise huir.— Y mira, puedes ignorar lo que te voy a decir si quieres, pero que sepas que cuando te quieras dar cuenta va a ser demasiado tarde y el tren va a estar ya en otra estación.— Demasiado tarde. Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. Una y otra vez.

» — Sé que tu vida ha caído en picado de repente, y sé que... todo ha ido demasiado rápido. También sé que somos unas jodidas crías y que es demasiado difícil de procesar, pero... tenías a una chica que lleva semanas esperando por ti, dándote tu espacio y desviviéndose por hacerte estar bien. — No quería oírlo, pero quizás, como en el fondo sabía que me merecía aquel castigo, me obligué a mí misma a escucharlo. — Y... Mira, no sé qué coño pasó, ni qué le dijiste, pero ahora es ella la que te necesita a ti.

si fuese fácil.  // Wariam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora