once.

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CAPÍTULO ONCE.

Cada vez llovía más fuerte.

Es un hecho universal que la soledad en un mar de dudas nunca es una buena combinación, pues en aquellos instantes, volvía a replanteármelo todo.

Mimi entró en mi habitación para ver cómo estaba un par de horas después de haber llegado y haber logrado darme una ducha haciendo malabares, cuando se fue, poniendo un millón de excusas, decidí ignorarlas y me quedé sola con mis pensamientos; arropada con la manta y el pie apoyado sobre un par de cojines para mantenerlo en alto aguardando la hora de la cena.

Joder. Vale que que no me hacía especial ilusión aquella excursión, pero permanecer sentada a la espera de unos analgésicos mientras que el resto corría de arriba para abajo por la caseta, de una habitación a otra, tampoco era el plan que había esperado.

Sin embargo, de repente la puerta se abrió y apareciste tú, como si me hubieses leído la mente y vinieses a salvarme de aquella autotortura, aunque no tenía especialmente claro si eras más mi héroe o mi castigo.

Y ahí estabas. con unos pantalones cortos, una sudadera, el pelo mojado y olor a limpio. Probablemente también te habías dado una ducha, aunque lo que más me sorprendía era verte allí cuando deberías estar en la habitación de Aitana, bebiendo, fumando, o lo que quisiera que estuviesen haciendo.

Pero no, estabas allí, parada en la puerta y con una bandeja en tus manos. - Te traigo los medicamentos. - Infórmaste mientras me mostrabas una caja de pastillas. - Aunque será mejor que comas algo antes de tomarlo, así que...

- Pensaba que iba a traérmelo Mamen.- Te miré, confusa. Quizá preguntando de más, quizá buscando demasiadas explicaciones. Pero las necesitaba.

- Bueno, me la crucé en el pasillo y como venía aquí de todas formas... - Entraste y cerraste la puerta, cosa que me desconcertó aún más, para después dejar la bandeja de comida sobre la mesita.

Al parecer el menú de hoy era una sopa y un par de filetes empanados que no tenían muy buena pinta. Y aunque por aquel entonces no estaba muy acostumbrada a la comida de los campamentos, tenía la suficiente hambre como para apenas dejar restos en el plato.

Comí bajo tu mirada. Estabas sentada en la cama de al lado, aquella que ocupaban las otras dos chicas de las cuales no sabía gran cosa, pues habían desaparecido el segundo que habíamos salido de aquella habitación. Me mirabas tan fijamente que sentía que tus ojos empezaban a quemarme, y tu mirada se me hizo incomoda y nerviosa.

- ¿No vas a irte con el resto? -Pregunté una vez acabé.

- ¿Quieres que me vaya? - Frunciste el ceño.

- No he dicho eso. - Negué. - Solamente que quedarte aquí conmigo es un plan de mierda. Ni si quiera Mimi... ¿Por qué ibas a hacerlo tú?

Tardaste unos segundos en responder, luego reíste de forma irónica y te levantaste, abriendo el armario de par en par. - Sinceramente, Ana, no me apetece. Estoy agotada. - Suspiraste.- Que te he traído aquí a caballito, no lo olvides.

- Pues podrías haberme dejado ahí tirada. - Alcé una ceja.

- Si planease matarte lo haría bien. Si llego al campamento sin ti... -Chasqueaste la lengua. - Demasiadas preguntas.

No pude evitar que una carcajada se escapase de mis labios. Lo había echado de menos, sí. Simplemente tú y yo; nuestras gilipolleces, nuestras bromas. Hasta había echado de menos las películas que nos montábamos en el salón de tu casa y la forma en la que que me protegías siempre de todo.

si fuese fácil.  // Wariam.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora