seis.

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CAPÍTULO SEIS.

Tiempo.

Está fuera de nuestro alcance, y como seres humanos egocéntricos, nos molesta no poder controlarlo.

Como ya he dicho, siempre me ha asustado el cambio, el no saber qué va a pasar, cómo, cuándo y por qué. Tres preguntas que venían tras la anticipación a los hechos. Y esta vez, se me presentaba un reto que podía darle la vuelta a mi vida, ya no solo por ti, sino por lo que los próximos años significaban en relación a mi persona.

Duodécimo día de septiembre y mi estómago volvía a rugir mientras rebuscaba en mi armario algo que ponerme. Allí, en Galicia, ya hacía frío cuando ni si quiera había acabado el verano, cosa que no me disgustaba pues a veces el calor podía resultar demasiado pesado, pero, también, me entretenía el recordar las veces que había ido a Tenerife, — tierra natal de mi padre—, donde vivía la mitad de mi familia, y pensar en la calidez y en el extraño sentimiento de hogar que allí me esperaba siempre.

Cuando mi madre se había pirado habíamos dejado de ir; olvidado la tradición como el que guarda un juguete en el desván, pero yo recordaba los días en la playa con mis primos con bastante cariño. A veces me preguntaba qué sería de mi tía Noemí o de mi primo Agoney, que poco a poco, habían ido pasando de ser personas normales a recuerdos cada vez más difuminados.

Lo cierto era que ya desde entonces, había planeado volver. No sabría decirte cuando, pero sentía aquel lugar como una especie de hogar en silencio. Como si hubiese algo más allí para mí que aquí.

Tal vez era una mera excusa, una fantasía que había creado para salvarme de una autodestrucción temprana, quizás si algún día iba allí, descubriría que nada era lo que parecía, y quizás, sería más fácil dejarlo todo así, en una ilusión con poca cabida.

Alguna vez te lo había contado, alguna vez, hablando de nuestros sueños y planes de futuro, entre los subrealistas y no tan subrealistas, había mencionado mis deseos de volver a las islas cuando ya fuese mayor.

Me dijiste que no me fuese mucho tiempo porque me echarías de menos.

«¿Lo hiciste?»

— ¡Ana!, ¡Vas a llegar tarde!— La voz de mi hermano me sacó de mis pensamientos, por lo que acabé de ponerme los zapatos y coger la mochila tan rápido que en menos de dos minutos estaba allí.

Mi hermano me había hecho el desayuno, le dediqué una mirada fugaz mientras le observaba enredar con su teléfono en silencio y yo me limitaba a morder mi tostada con rapidez.

— ¿A qué hora has quedado con Miriam?— Preguntó, levantando la vista de la pantalla de su móvil.

— A las 7:30.— Respondí, áspera. Para su sorpresa, terminé mi desayuno bastante rápido, eran las 7:20 y probablemente, Marité llegaría antes de lo acordado, por lo que me cepillé el pelo y los dientes lo más rápido que pude para que, a las 7:26, cuando sonase la bocina que llevaba escuchando frente a mi puerta básicamente toda mi vida, estuviese lista frente a mi reflejo en el espejo de la entrada.

— ¡Adiós! —Grité mientras abría la puerta y me colgaba la mochila a la espalda. Frente a mí, estaba un coche negro, con tu madre al volante y tú en el asiento trasero.

— ¡Ana!, ¡Buenos días! — Exclamaste, saltando casi del asiento. A veces no sabría decir de dónde demonios sacabas la energía por las mañanas, pero estabas tan contenta que, justamente aquel día, me di el lujo de contagiarme de tu sonrisa.

— Buenos días, Miri. — Respondí, poniéndome el cinturón. Tu madre arrancó y el vehículo empezó a moverse.

Lo cierto era que el instituto nos pillaba un poco lejos para lo que venía siendo la hora de andar, por lo que, por lo menos el primer día, habíamos acordado que tu madre nos llevaría a las dos.

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now