dos.

2.3K 160 25
                                    

CAPÍTULO 2.

Abril, 2006.

Perdida.

Creo que hasta que te conocí siempre me había sentido así, como en medio de una vorágine de tiempo. Momentos que pasaban demasiado rápido a mi alrededor, momentos en un espacio donde sucedían tantas cosas que era incapaz de ser consciente de ellas.

A veces esa sensación se transformaba en una inquietud constante. Siempre había estado nerviosa; siempre le había tenido miedo a todo.

Entonces, en medio de ese océano de sensaciones, me cogiste la mano. Todo mi ser vibró ante el contacto de tus dedos, calidez por primera vez en mucho tiempo. Y me sentí segura. Sentí que no tenía miedo a entrar en aquel lugar. Sentí que el tiempo se paraba; que todo iba despacio; que se trataba de fragmentos de imágenes que por fin, por primera vez, podía observar.

Por eso, aquel día sabía que me encontrarías.

Cada vez hacía menos frío, pero el tiempo de enero siempre se transportaba a la zona costera por la noche. Estaba sentada en un banco; en mi banco blanco. Era el único lugar donde me sentía segura, donde podía pensar.

Solía pasar algunas tardes allí con mi padre. Solíamos hacerlo cuando él sonreía, pero hacía días que Antonio había dejado de hacerlo.

— ¿Ana? — Tu voz sonaba sorprendida, y aunque no tuviese la certeza de que ibas a pasar por allí, yo estaba esperándote.

Finalmente habías logrado que tu madre te apuntase al equipo de fútbol del pueblo, cosa que Marité había empezado a agradecer, ya que gracias a la espinilleras y a las medias que te habían regalado en el club, en tus piernas solamente quedaban cicatrices. Y eso era mejor que tener que andar curándote cada vez que volvías del parque.

Siempre habías sido algo bruta, pero era cierto que cuando querías algo lo conseguías, sin importarte los obstáculos que tuvieses que llevarte por delante.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntaste. Dejaste tu bici a un lado y rodeaste el banco para ponerte frente a mí.

Llevabas la equipación, incluidas las botas de fútbol que habías heredado de tu hermano y que, por desgracia, se caían a cachos. Aún así sonreí al verte. Estabas feliz, muy feliz de hacer algo que te gustaba.

Quería hablar contigo, pero aún así no respondí. A veces entre nosotras no hacían falta las palabras, y eso lo sabía porque simplemente te sentaste a mí lado, y como la primera vez, cogiste mi mano.

Noté mis mejillas arder, no sabía por qué razón mi piel reaccionaba tanto a tu tacto; reaccionaba igual que cuando hacía frío, o cuando hacía calor. Me confundía, era extraño. Y me dolía el estómago solamente de pensarlo.

Pero aún así me gustaba.

— Mis padres se van a divorciar.

Te miré. No recibí la respuesta que esperaba, pues tus ojos no eran iguales que los de mis tíos o mi hermano. Tus ojos no demostraban compasión o tristeza.

Simplemente me hacían sentir a salvo.

— Mi madre me prometió hacerme pizza para cenar.

— ¿Con piña? — Inquerí con suspicacia, pues sabía que era tu favorita.

— Sep. Y solamente por hoy la voy a compartir contigo. — Te pusiste en pie, y me levantaste a mí contigo. Tiraste de mi mano hacia la pequeña bicicleta roja, algo oxidada pero que aún funcionaba y me hiciste sentarme en la parte de atrás como si fueses el de esa película que vimos en la tele. ¿Cómo se llamaba?

si fuese fácil.  // Wariam.Onde as histórias ganham vida. Descobre agora