catorce.

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CAPÍTULO CATORCE.

Había momentos en los que recordar no era tan doloroso.

En los que mi vida era una monotonía tan cómoda y cálida que una vaga sonrisa se dibujaba en mis labios cada vez que cerraba los ojos e inspiraba por la nariz, recordando ese olor a tarde; calor; lluvia y palomitas que inundaba el salón de mi casa.

Había dejado de llover hacía un rato, las últimas gotas de agua rodaban por los cristales de las amplias ventanas del salón y, aunque no quedaba nada para que llegase el verano, nos había hecho falta una manta para combatir el frío húmedo que había atacado de repente.

Aunque de aquello a ahora ya habían pasado un par de horas. Mimi había llegado a algo así como las cuatro y las seis de la tarde de un viernes en el que deberíamos estar estudiando, pues los exámenes finales estaban cada vez más cerca, ya habían arrasado sin despeinarse. Pero cómo he dicho, en aquellos momentos, simplemente habíamos hecho un acuerdo tácito de no pensar en nada que pudiese romper aquella paz que reinaba entre el silencio.

Un silencio entre capítulos de una serie que Mimi se había empeñado en ver y a la que yo, (para ser sincera), no estaba prestando especial atención. Se llamaba algo así como: Los 100, y cada vez que miraba a la pantalla había gente gritando o peleándose. No sé, quizá no habíamos elegido el mejor día para algo nuevo, ya que pese a su insistencia, los ojos de la granadina tampoco se despegaban de la pantalla de su móvil.

Y de hecho, yo estaba a punto de dormirme cuando la escuché hablar:

— ¿Ha dejado de llover? — Inquirió mientras se levantaba. Dejó la manta a un lado, y caminó descalza hasta la ventana, aún húmeda, para observar el exterior con claridad.

— Ya no se escucha la lluvia.

— Parece que ha parado hace rato. — Sentenció. Y se giró para mirarme con una sonrisa; una sonrisa que significaba de todo menos estabilidad. Lo supe, lo supe por su mirada, que la rubia acababa de tramar algo, pero tampoco me dio tiempo a preguntar, pues ella misma lo expuso ante mí sin darme opción a negarme.

— Vamos al cine.

— ¿Hoy? — La miré confusa. Ni mucho menos yo tenía ánimos para salir, pues aquel día, lo único que me apetecía era quedarme en casa y dormir en el sofá. ¿Que hubiese estado mejor tenerte a mi lado para acurrucarme entre tus brazos?, sí. Pero aquel día tenías entrenamiento hasta las siete y media, y tampoco tenía intenciones de molestarte, por mucho que lo único que quisiese hacer fuese verte.

— Mireya quiere ir.

La escruté con la mirada, confusa, pues a veces, lo juro que necesitaba un maldito diccionario para entenderla, especialmente cuando se trataba de Mireya.

— Pues... Ve con ella.

— Ay, Ana. — Exclamó la rubia resignada mientras se dejaba caer en el sofá, su espalda chocando de golpe contra los cojines, y sus ojos fijos en la lámpara que colgaba del techo.  —No entiendes ni una mijita, hija.

La miré de forma cómica, pues a veces se le escapaba ese acento tan suyo del que, por muchos años que pasase en el norte, no lograba desprenderse.

— Pues no, chica. No entiendo . — La imité, haciendo que Mimi me lanzase un cojín a la cara.

— Que no puedo estar a solas con ella. Si le digo que solo somos nosotras dos, se agobia y me dice que no. Ya verás.

— Pero, ¿Lo has intentado?

si fuese fácil.  // Wariam.Where stories live. Discover now