4O | ADDICTED

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La primera noche que pasábamos en Alexandria todos los miembros del grupo se habían reunido con nosotros en el salón de casa, indispuestos a separarnos

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La primera noche que pasábamos en Alexandria todos los miembros del grupo se habían reunido con nosotros en el salón de casa, indispuestos a separarnos. Les pareció sospechoso puesto que también nos habían despojado de nuestras armas de fuego. Tuve suerte, pude conservar mi arco y mis flechas.

Muchos de los presentes se entretenían haciendo tareas insignificantes como leer, en el caso de Carl, jugar a las cartas, como hacían Shawn, Valerie y Mark, fumar en la puerta, como Daryl y Abraham, o simplemente conversar o permanecer en silencio tratando de dormir.

Y una semana y pocos días después de nuestra, llegada, daba vueltas por la cama tratando de conciliar el sueño, pero la tranquilidad en la que todos nos encontrábamos sumidos llegaba a inquietarme. Hacía años que no me sentía así y no sabía si aquello me gustaba realmente.

Aparté la manta que cubría mi cuerpo y tras soltar un suspiro salí de la habitación y giré a la izquierda.

Caminé por el pasillo desierto y abrí la segunda puerta a la derecha. Sin preocuparme demasiado me metí en el interior del baño y cerré la puerta con pestillo. El pequeño reloj que había en la encimera del baño marcaba las tres y cuarto de la madrugada.

Apreté los labios mirándome frente al espejo y comencé a desabrochar la camisa de cuadros que llevaba puesta. Dejé caer la prenda con lentitud al suelo y recorrí mi clavícula con la yema de mis dedos, a continuación miré la cicatriz en mi brazo, aquella que me dejó la bala cuando se desató el caos en la prisión.

Sin dejar de mirarme quité el sujetador e imité el procedimiento con el resto de la ropa. Creí que darme una ducha sería la mejor de las opciones para despejarme y así poder conciliar el sueño.

Caminé hacia esta cuando unos golpes en la madera de la puerta me hicieron girar la cabeza. Agarré una toalla y envolví mi cuerpo en ella, después avancé hacia la puerta y tras quitar el cerrojo la abrí con lentitud.

—¿Hela? Te oí despertarte. ¿Qué haces aquí?

—No podía dormir, pensé que tomar una ducha me ayudaría.

—¿Estás bien? Te noto rara.

Dejé escapar un suspiro e hice un gesto vago con la cabeza indicándole que pasara al interior del cuarto de baño.

Carl obedeció sin rechistar y pasó a la estancia cerrando la puerta.

—Sólo me resulta raro sentir tanta paz y seguridad de golpe —hablé—. Como si me perturbara todo en cierto modo. Poder dormir, sin tener que hacer turnos de guardia, o sin tener la pistola o un cuchillo al lado, se me hace extraño. Es una gilipollez.

Carl pasó las manos por su pelo, puesto que no llevaba su típico sombrero en la cabeza, y me dirigió una mirada, para después negar repetidas veces.

Dinastía │ Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora