11 | A COUPLE OF KIDS

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UN PAR DE NIÑOS.

•••

Agarré la caja de cerillas y miré los cien fósforos que descansaban perfectamente apilados en dicha caja

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Agarré la caja de cerillas y miré los cien fósforos que descansaban perfectamente apilados en dicha caja. Cogí una de ellos y lo pasé con rapidez por el lateral de la caja, provocando que la cabeza de la cerilla empezase a arder. Admiré el baile de la llama por unos momentos, la cual comenzaba a consumir parte del cuerpo de la cerilla y me aproximé con lentitud hacia Carl sujetando la cerilla todavía encendida con el pulgar y el índice se mi mano derecha.

Encendí las dos velas que había sobre la mesa en la que el castaño estaba concentrado en hacer un castillo de naipes con una vieja baraja de póquer que encontró en uno de los cajones del recibidor del pasillo y me dejé caer sobre el sillón que había junto la silla donde Carl estaba sentado.

Observé como sus dedos doblaban las cartas hasta que podían sostenerse en la mesa por si solas. Nunca supe hacer castillos de naipes, requerían paciencia y buen pulso y yo siempre había carecido de esas dos cualidades. Pero me gustaba ver a Carl haciéndolo, me transmitía paz y relajación.

—¿En qué piensas? —preguntó Carl, sin romper la armonía con la que montaba el castillo.

—En nada —respondí con sinceridad—. Dejaba la mente en blanco durante unos minutos mientras te veía formar el castillo de naipes. Me relaja.

Encendí otra cerilla solo para ver la reacción que tenía la cabeza del fósforo al entrar en contacto con la lija que formaba los laterales de la caja. Mantuve mis ojos azules fijos en la llama que brotaba del pequeño palo de madera.

—Desearía poder hacer arder mis miedos con la misma facilidad con la que puedo hacer arder la cabeza de esta cerilla —dije, ganándome la mirada del castaño, que acababa de colocar la última carta a su castillo de naipes—. Haría arder una gran cantidad de cosas y miraría con gusto como se queman solo por el hecho de que sabría que no volverían a asustarme.

Carl pestañeó un par de veces y yo soplé apagando la llama que estaba apunto de quemar la punta de la yema de mis dedos.

—¿A que tienes miedo, Hela?

Dejé el fósforo quemado sobre la mesa con el suficiente cuidado para no hacer volar el castillo de naipes de Carl.

—A estar sola.

—¿No es agradable estar solo? —Carl alzó una ceja y me dirigió una mirada con sus preciosos ojos celestes.

—No a ese tipo de soledad. Sino a quedarme sola, a no tener a nadie. Ya sabes, a nadie le gusta estar solo en un mundo así. O cuando te sientes sola, aunque haya gente a tu alrededor. Odio sentirme así.

Carl alzó su mano y acarició mi brazo con suavidad provocando que sintiera una sensación reconfortante conmigo misma.

—Al final, cuando todos se hayan ido, cuando el mundo esté en silencio y los días sean largos, tú y yo estaremos vivos. Y no volverás a sentirte sola, Hela. Nunca más volverás a sentirte así.

Ladeé la cabeza mirando a Carl y mis labios se tornaron en una pequeña sonrisa.

Tal vez con Carl a mi lado jamás volvería a sentirme sola.

(...)

—Estoy asustado —susurró el castaño al que pensaba que era su difunto padre—. No lo hagas, por favor. Está vivo, ¿sí? No lo hagas

Sus preciosos ojos celestes rasgados de lágrimas y su pulso tembloroso me hicieron bajar el arco con expresión dubitativa, puesto que no sabía con certeza si Rick seguía con vida.

—No salgáis afuera. Es peligroso —Rick habló con voz ronca provocando que Carl alzara la vista de sus rodillas y yo terminara de bajar mi arco y lo dejase sobre la pequeña mesilla que había a escasa distancia de nosotros.

Me arrodillé frente a Carl y abrí mis brazos. El castaño apoyó la cabeza en mi hombro y yo rodeé su cuerpo con mis brazos mientras me sentaba junto a él. Acaricié sus cabellos castaños con lentitud y suavidad hasta que él dejó de hipar por culpa de su llanto anterior. De vez en cuando el castaño dejaba escapar pequeños sollozos mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas e impactaban contra la piel de mi clavícula.

—Lo siento —musitó tras un rato en silencio—. Siento haberme derrumbado hace unos minutos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque llorar nos hace débiles —susurró acomodándose entre el hueco de mi cuello.

—No, Carl. Llorar nos hace humanos.

Carl se sorbió los moscos inhalando así una bocanada de aire.

—Estoy asustado —susurró incorporándose de mi hombro.

—Yo también lo estoy —admití y esta vez fui yo quien dejó caer la cabeza sobre su hombro.

Carl apoyó la suya sobre la mía rodeando mi cintura con su brazo derecho y ambos dejamos escapar un suspiro.

Nosotros, niños jóvenes e ingenuos que no sabían lo que era mejor en determinados momentos con la sensación de estar cayendo imprudentemente tratando de no perder la sensibilidad debido al mundo que nos rodea.

—Siento que estoy llena de grietas —susurré manteniendo la vista fija en la mano de Carl, la cual jugaba con los dedos de mis manos.

—Por las grietas también se respira.

Cerré mis ojos sintiendo como la respiración de Carl impactaba contra mi cabeza y por primera vez en mucho tiempo me sentí completamente a salvo, como si nada pudiera dañarme en ese preciso instante.

—Somos fuertes, Hela. Ahora lo somos. Nos tenemos el uno al otro.

Éramos sólo un par de niños, que encontraban refugio en el otro. Un lugar donde les gustaba estar y pasar las horas.

Un par de niños llenos de grietas. Pero que sin embargo, estando el uno junto al otro no dejaríamos que el otro terminara de romperse. Y en el caso de que eso ocurriese, ayudaríamos a pegar todas las piezas.

Dicen que la unión hace la fuerza, y tal vez la combinación que formábamos Carl y yo no era tan mala como pensaba.

Dinastía │ Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora