36 | THE FALLEN

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LOS CAÍDOS.

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Miré el cielo nocturno jugueteando con la pistola de bengalas que me había entregado Eric, que resultó ser el novio y compañero de Aaron

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Miré el cielo nocturno jugueteando con la pistola de bengalas que me había entregado Eric, que resultó ser el novio y compañero de Aaron.

Eric estaba solo en la base a la que llegamos con las indicaciones de su pareja. El pobre tenía un tobillo roto, aunque no era nada grave, como una especie de lesión de volleyball.

El grupo se había dividido en dos debido a una horda en mitad de la carretera y aunque intentara ocultarlo, sabía que Carl estaba preocupado, pues su padre todavía no había aparecido por las inmediaciones.

Alcé la pistola con lentitud y apreté el gatillo. La luz rojiza salió disparada hacia el cielo dejando un rastro de humo tras ella.

Recordé vagamente a los caídos durante todo nuestro camino. Pensé en todos aquellos que por un motivo u otro ya no estaban con nosotros y por mucho que pensara que ya no dolía o que ya no me afectaba, sabía que me equivocaba. Siempre dolería.

—¿Qué haces? —unos brazos rodearon mi cintura con suavidad por la espalda.

—Pensar —respondí ladeando la cabeza.

Los ojos de Carl me inspeccionaron con lentitud mientras me giraba con lentitud para quedar frente a él.

—¿Pensar? —preguntó alzando una ceja—. ¿En quién?

—En quiénes—le corregí—. Pensaba en aquellos caídos. Los que ya no están. En todos aquellos que perdieron la batalla. ¿Qué crees que harían si hubieran llegado hasta aquí?

Mi pregunta dejó a Carl en silencio durante un par de segundos, hasta que el ojiazul chasqueó la lengua contra su paladar y tensó los labios.

—Creo que todo sería diferente. Puede que no estuviéramos aquí. Tal vez alguno de ellos hubiera encontrado un colegio u otro sitio seguro —habló—. O ante el peligro hubieran matado a Aaron. Si aquellos caídos hubieran sobrevivido todo sería diferente.

—Echo de menos a mi madre —tensé los labios—. Ni siquiera la oímos gritar cuando se enfrentó a la horda de caminantes. Shawn y yo corrimos y corrimos y corrimos hasta que ya no podíamos más. Pero ella no gritó —dije mientras me sentaba en el suelo—. Creo que si mi madre no hubiera muerto no nos conoceríamos. Probablemente hubiéramos tomado un rumbo diferente y ni siquiera habríamos descubierto la prisión.

Carl imitó su acción sentándose junto a mí. Ladeé la cabeza y tras dirigirle una mirada, apoyé ésta sobre su hombro, acomodándome entre su cuello y el hueco de su clavícula.

—No que va —Carl hablo con voz suave—. Creo que si dos personas están destinadas a encontrarse acabarán haciéndolo, da igual cuando.

—¿Crees que estábamos destinados a encontrarnos? —sonreí levemente mientras alzaba mi cabeza.

—Creo que simplemente estábamos destinados.

Carl me regaló una sonrisa de labios sellados y yo volví a acomodarme sobre su hombro mientras su brazo rodeaba mi cintura y su cabeza se acomodaba sobre la mía.

—Si hubieras conocido a muchos de mis caídos te hubieran caído bien. Te hubieras llevado genial con Sophia —Carl habló y yo sonreí con amargura—. Y le habrías encantado a mi madre.

—Tú también le hubieras encantado a la mía. Incluso creo que también a Shawn, ya os conocíais pero nunca llegó a saber que iniciaríamos una relación.

—Shawn me dijo una vez en la prisión que te cuidara si algún día el no estaba para hacerlo.

Levanté la cabeza con suavidad de su hombro y le dirigí una mirada, perdiéndome aún más en sus ojos celestes.

—¿Te dijo eso? —pregunté y Carl asintió a modo de respuesta—. ¿Y qué le dijiste?

—Que te cuidaría aunque él estuviera —Carl me dio una sonrisa pequeña y tierna y yo me incliné hacia él uniendo nuestros labios en un corto beso.

—Definitivamente le hubieras caído bien a mi madre —sonreí y el castaño soltó una pequeña risa.

Carl y yo permanecimos un rato en silencio mirando al frente mientras que él me atraía hacia su cuerpo para abrazarme con un brazo.

—No creo que aquellos que ya no están sean los caídos —dijo, transcurrido un tiempo.

—¿A qué te refieres?

—Pienso que los caídos no son ellos —habló casi susurrándome—. Ellos son libres de un modo u otro. Y de verdad, ojalá siguieran con nosotros, aunque solo fuera por un día. Una de las últimas palabras que le dije a mi madre fue "vete a la mierda", porque habíamos discutido. Fui a la enfermería de la prisión yo solo. Comprendí poco después que sólo se preocupaba. Pensé que no pasaría nada y que volvería sano y salvo. Y aunque volví sano y salvo, ella poco después se había ido. Creo que no puedes sentir más rabia e impotencia que cuando sabes que alguien va a dejarte pero tú no puedes hacer nada para evitarlo. Ahora sé que literalmente podría haber muerto yendo a la enfermería —Carl continuó hablando mientras yo guardaba silencio y acariciaba su mano con la yema de mi pulgar—. Porque el peligro está en cada esquina, en todos los sitios, queramos o no ahora todo puede matarnos, la caída más torpe, el descuido más patoso... —Carl continuaba hablando pero esta vez alcé la cabeza para poder mirarle— Nosotros, los verdaderos muertos vivientes, que sólo caminamos buscando un lugar en el que permanecer, un lugar en el que sentirnos seguro, algo por lo que vivir. Algo por lo que merezca la pena sobrevivir. Y cuando estaba perdido, lo suficiente como para que me diera igual vivir o morir, apareciste de golpe en mi vida.

Ladeé la cabeza para poder visualizar completamente el rostro de Carl y sentí un nudo en la garganta cuando vi sus claros ojos cristalizados por culpa de las lágrimas.

Tensé mis labios en un intento de sonrisa que se quedó en eso, en un intento. Agarré con suavidad su rostro y giré su cabeza con suavidad, hasta que pude mirarle directamente a los ojos

—Tú fuiste mi serendipia —le susurré—. Ese hallazgo afortunado, valioso e inesperado producido de manera casual, eres tú, Carl.

Carl sonrió levemente y cuando parpadeó un par de lágrimas bajaron por sus mejillas. Alcé las manos y pasé los pulgares con suavidad por sus pómulos trazando un pequeño arco para quitar las lágrimas que los empapaban.

—Creo que nosotros somos los caídos.

Miré al castaño tras que pronunciara su última frase y alcé la cabeza para poder juntar mi frente con la suya. Carl cerró sus ojos y yo me separé para ladear la cabeza y poder besarle. Él correspondió mi beso colocando una mano en mi mejilla y amoldando sus labios sobre los míos. Tras un corto periodo de tiempo me separé y volví a juntar nuestras frentes mientras Carl dejaba un pequeño beso en la punta de mi nariz. Apreté mis labios sonriendo con ligereza y entonces dije:

—Puede que nosotros seamos los caídos, pero como tal nos volveremos a levantar. Las veces que sean necesarias.

Dinastía │ Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora