—Lo es.

Bea le guiñó un ojo antes de entrar a la ducha, pero entre todo aquel barro aquel gesto no resultó especialmente sugerente.

Cuando llegaron a la ducha que estaba libre, Valeria empezó a sacar de su mochila infinidad de botes: gel, champú, suavizante, crema corporal... Bea la habría abrazado si no hubiese estado cubierta de barro.

—Tu mochila es el bolso de Mary Poppins, tía —dijo Bea asombrada—. ¿Seguro que también tienes ropa para mí ahí?

Valeria salió y cerró la puerta de la ducha, deseosa de volver a ver a su amiga limpia. Era raro hablar con un montón de barro con ojos.

—Dile adiós a Bearro —dijo Bea abriendo la puerta.

—Adiós mugriento. No regreses. —Valeria volvió a cerrar la puerta.

Bea abrió el agua de la ducha sin desnudarse. A punto estuvieron de saltársele las lágrimas de alegría al sentir cómo se iba cayendo el barro de su piel y su ropa.

—Be. —Valeria la llamó desde el otro lado de la puerta—. ¿Qué es planchabragas? 

—Es como llaman los machistas a los hombres educados y respetuosos con las mujeres.

El suelo se había cubierto de barro bajo los pies de Bea, y poco a poco pudo volver a ver los colores de su ropa. Se la quitó sintiendo muchísimo alivio. Cuando trató de quitarse los vaqueros resbaló y tuvo que apoyarse de golpe en la pared.

Sus ojos se perdieron un momento en aquellas baldosas blancas. Su traicionera imaginación hizo que se viera apoyando sus manos contra aquella pared, para no perder el equilibrio, mientras las manos de Hugo recorrían su cuerpo.

Agitó la cabeza y movió la llave del grifo para que el agua saliera más fría.

No sirvió de mucho. Esta vez imaginó su espalda sobre aquellas baldosas, y el cuerpo desnudo y mojado de Hugo aprisionándola contra la pared. El calor de su cuerpo contrarrestando el agua fría, su aliento sobre su cuello. Él la levantaría, le separaría las piernas y....

Hizo que el agua saliera totalmente fría. Aguantó hasta que le castañearon los dientes y cerró el grifo. Volvió a abrirlo y aguantó veinte segundos más, por si acaso.

Tenía que solucionar aquella revolución hormonal. El chico de la toalla no era mala opción, estaba interesado y no parecía tener novia. Una novia le habría avisado de que ese moño no le quedaba bien. Todo dependía de si aparecía o no con los energúmenos de sus amigos.

—Val —Bea llamó a su amiga entreabriendo la puerta—. ¿Me queda algo de barro en la espalda?

Valeria se asomó a mirarla.

—Be —dijo Valeria en un hilo de voz—, no me gustas.

—¿Eh?

—Quiero decir...

—¿No te parece algo feo para decirle a alguien que está desnudo frente a ti? —bromeó Bea.

—No quería decir eso. Es decir. —Valeria sintió ganas de llorar—. Qué mal. Soy como Iker, pero con las palabras.

—No te agobies, no pasa nada. —Bea rio.

—Tienes un cuerpo muy bonito, ojalá estuviera tan delgada como tú. —Valeria trató de arreglarlo—. Es solo que... no sentí nada cuando te di ese beso. Lo acabo de recordar.

—¿Y qué esperabas? La atracción no funciona así, no se puede planear. ¿Queda barro o no?

—En la espalda no. Solo detrás de los muslos. Pero ya no me preocupa que no me guste nadie.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora