O5 | DUST AND STARS

11K 1K 549
                                    

POLVO Y ESTRELLAS.

•••

La luz de la luna que se colaba en la celda que compartíamos Carl y yo también iluminaba parte de la instancia con una luz de un precioso color azulado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La luz de la luna que se colaba en la celda que compartíamos Carl y yo también iluminaba parte de la instancia con una luz de un precioso color azulado.

Mantuve la vista fija en uno de los poster de Carl que había pegado a la pared de ladrillos que quedaba a mi derecha y cubrí mi cuerpo con la manta pistacho que descansaba a mis pies soltando un pequeño gruñido.

—Estás despierta, ¿verdad? —Carl asomó su cabeza por el borde de la litera superior de golpe dirigiéndome una mirada y provocando que por poco me diera un paro cardíaco.

Llevé una mano a mi corazón e inhalé una bocanada de aire soltando un suspiro. Me senté sobre el colchón a modo de indios y asentí con la cabeza con lentitud. Carl frunció el ceño y achinó sus ojos celestes, los cuales se veían más claros con la luz de la luna que los iluminaba.

—Pues duérmete de una maldita vez, estás soltando gruñidos cada dos por tres y no paras de dar vueltas por la cama. Llega a ser molesto a veces —dijo él—. Y más si alguien intenta dormir.

Esta escena podría llegar a ser romántica, pero Carl tenía una gran afición por abrir la boca para quejarse de cada cosa que pasaba a su alrededor y en casi todas ellas yo estaba involucrada.

Hinflé las mejillas a modo de molestia y di un golpe en su frente con la palma de mi mano, provocando que el castaño soltara un bufido y me devolviera el golpe.

Volví a golpear su frente y él hizo lo mismo con la mía. En el intento de su tercer golpe agarré su muñeca con suavidad apartándola de mi frente.

—Haz el amor y no la guerra, Grimes —sonreí de manera burlona y bajé de la cama.

—¿A dónde vas? —Carl se sentó en el borde de la litera superior y me dirigió una mirada.

—A tomar el aire —respondí mientras ataba los cordones de mis botas.

—Es peligroso —cuando quise darme cuenta Carl ya estaba bajando de la litera.

—No lo es, voy a sentarme a una de las torres de vigilancia a mirar las estrellas no a dar un paseo por el bosque.

—¿Por qué? —inquirió el Mini-Sheriff alzando su ceja izquierda.

Di unas palmaditas en mis muslos y miré a Carl directamente a los ojos.

—Porque quiero y porque puedo.

—No vas a ir. Hace frío.

—Cogeré una chaqueta. Sabes que iré de todas maneras.

Carl soltó un gruñido. Él odiaba que le llevase la contraria, pero solía hacerlo desde que le conocí esa misma mañana y es que desde entonces el castaño y yo habíamos pasado todo el tiempo juntos, puesto que era el responsable de enseñarme la prisión y presentarme a la gente. Amábamos molestarnos mutuamente. Yo me divertía y Carl también, o eso quería creer porque no veía a Carl sonreír ni una sola vez.

—Voy contigo —sentenció agarrando su sombrero de sheriff y poniéndoselo en la cabeza.

Le mostré una media sonrisa y agarré una de las chaquetas que había sobre el pequeño mueble de madera. El castaño imitó mi acción y cuando ambos estuvimos preparados abandonamos el pabellón haciendo el mínimo ruido que nos fue posible.

Era una noche fresca, como de finales de marzo y casi principios de abril, el cielo estaba despejado y salpicado de diminutas y luminosas estrellas. Perfecta para mirarlas durante horas.

Carl y yo caminamos sin mediar palabra hasta la torre de vigilancia más cercana. Sabíamos que Maggie y Glenn hacían vigilancia en una de ellas y tuvimos que comprobar que la pareja no estaba en su nidito de amor. Para nuestra suerte, la torre estaba vacía y Carl y yo pudimos sentarnos en ella con las piernas colgando y las manos apoyadas en el suelo de ésta.

—¿Alguna vez te has preguntado en que nos convertimos cuando morimos? —Carl me miró y yo imité su gesto—. Y no me refiero a uno de esos caminantes, sino cuando morimos de verdad.

—Creo que simplemente en polvo —suspiré y después tensé los labios—. ¿Por qué?

—Porque creo que estamos hechos de una materia indestructible —añadió Carl, tras un rato en silencio y yo le miré alzando una ceja.

—¿Cómo que indestructible?

—No en el propio sentido de la palabra, ¿sabes? Todos acabamos muriendo, convirtiéndonos en polvo, y desapareciendo completamente del planeta Tierra. Somos destructibles, vulnerables, nos pueden herir y dañar. Pero... cuando naces es como si se creara una estrella, porque a lo largo de tu vida vas a pasar por el camino de muchas personas, familia y amigos dejando una huella dentro de ellos. Entonces... —Carl hizo una pequeña pausa y sonrió con ligereza.

Vaya, estaba sonriendo. Carl Grimes estaba sonriendo.

Estaba mostrándome una sonrisa condenadamente preciosa, mataría por poder verla más a menudo.

—... entonces cuando dejas este mundo, habrá alguien que te recuerde y que te mencione, le hablará a otras personas de ti, aunque ya no estés. Porque has dejado tu esencia y huella dentro de ellos. Has pisado con fuerza en el mundo y nadie va a poder olvidarte. Siempre va haber alguien que te recuerde. Por eso creo que estamos hechos de una materia indestructible. Porque no simplemente te conviertes en polvo sino que haces encender, o tal vez apagar, la estrella que creaste cuando llegaste al mundo.

Sonreí inevitablemente ante las palabras de Carl y desvíe la vista de su rostro hacia el oscuro cielo nocturno.

—Tal vez seamos polvo para luego convertirnos en estrellas —dije con una voz suave, algo atípica de mí.

—O tal vez sólo existimos para ser polvo y estrellas —respondió Carl, con un tono de voz diferente al que solía usar normalmente.

Ladeé ligeramente la cabeza y miré a Carl, quien miraba con una media sonrisa los cuerpos celestes que adornaban el cielo.

Imité su gesto y al cabo de un rato sentí que mi piel entra en contacto con algo más. Cuando miré vi la mano de Carl apoyada sobre la mía. No hice nada, ni siquiera aparté mi mano. Dejé que el calor que manaba de la piel de Carl se mezclara con el ligero frío que manaba de la mía.

Fue entonces cuando de mi vientre surgió un ligero calor. Supe que podría pasar las horas así; en silencio, junto a Carl, con su mano encima de la mía.

Y esa sensación me atraía al mismo tiempo que me asustaba.

Dinastía │ Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora