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✿°̥࿐❛Quiero saborear sus labios, sí, porque saben a ella; quiero sumergirme en una botella de su perfume, quiero su largo cabello negro, quiero su mágica caricia, sí, porque quizás entonces me desearás tanto como yo a ella. Me enamoré de una chica❜
Malditas sean ella y su estúpido bikini.
Cualquiera que me viera pensaría que soy un enfermo acosador pero si tuvieran a la tentación físicamente viviendo a un lado de ti, entenderían perfectamente mi martirio.
La pelinegra que estaba contemplando estaba tranquilamente acostada en una tumbona, sus lentes de sol adornadaban su rostro y sus labios rosados y rellenos tararean una canción que gracias a su estéreo yo también escuchaba.
La parte de arriba de su bikini se apretaba contra sus pechos haciéndolos verse más prominentes, su blanquecina piel prácticamente brillaba bajo el sol y yo solamente podía pensar en que haría para bajar la erección que estaba comenzando a crecer en mis pantalones.
¿El único problema? Tiene dieciséis malditos años.
Y todo empeoró cuando decidió darse la vuelta, dejando a mi vista su bien formado y redondo trasero, desató las tiras de su top dejando su espalda completamente libre. Me mordí el labio inconscientemente.
Se supone que había salido a mi patio trasero porque no encontraba a mi gato, y terminé encontrándome con mi dulce pesadilla disfrutando de un día soleado.
Llegué a este vecindario hace 6 años, cuando ella era una pequeña niña que apenas me vió bajar de mi auto se acercó a recibirme alegremente, en su momento me pareció que era demasiado dulce y adorable. Pero nunca pensé que un par de años después se convertiría en la protagonista de varios de mis sueños calientes.
Creció para convertirse en una hermosa y sensual chica, y eso estaba volviéndome loco.
No sé cuánto tiempo había pensado en su perfecta figura, tampoco sé cuánto había pasado mirándola pero cuando menos lo noté, ella estaba caminando hacía la cerca que dividía ambos patios, y con total libertad pasaba la pequeña reja que nos separaba.
—¡Hola, Shawn! —me saludó con entusiasmo, solíamos llevarnos así, pues fuera del trabajo odiaba que me llamarán «Señor Mendes»— ¿Cómo has estado?
Su piel aún seguía un poco mojada por el agua de la piscina, su traje de baño amarillo le asentaban de maravilla y ajustaba en los lugares adecuados. Su cabello negro mojado estaba hacia un lado, mientras ella estaba jugando con las puntas y me miraba de tal forma que tuve que tragar duro para poder responderle.
