Parte 4

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Efectivamente, apenas una hora después, Martín buscaba desesperadamente a Bea confundido y con el corazón roto. Necesitaba a su amiga y por un momento olvidó que se había ido a casa.

—Mart. —Iker le encontró vagando sin rumbo en la calle, lo cogió del brazo y se lo llevó a un lugar apartado—. ¿Qué te pasa, tío?

—Bien, bien — Martín agitó la cabeza como si acabara de despertar.

—¿Bien qué? —preguntó Iker.

—¿Qué ha pasado? —Hugo fue corriendo hasta donde estaban, preocupado.

Martín les miró en silencio un largo rato. Tenía la cabeza en otra parte, se sentía atrapado como si estuviera en una pesadilla. Tenía ganas de gritar y de salir corriendo, pero estaba paralizado. Finalmente logró deshacer el nudo que tenía en la garganta y hablar.

—Tío, ¿quieres sentarte? —Iker le puso una mano en el hombro.

— Paula me ha dejado— dijo por fin Martín.

Iker y Hugo se miraron. Sabían de antemano que pasaría, pero eso no evitó que se les hiciera un nudo en la garganta. No supieron cómo reaccionar.

—Bueno —dijo Martín, mirando al vacío—, creo que solo está rayada. No sé.

Hugo resopló e Iker puso los ojos en blanco.

Martín se había marchado un rato a hablar con su novia y al regresar parecía otra persona. A pesar de verle tan mal, Iker se sintió aliviado. Llevaba meses viendo a su amigo cada vez más hecho polvo. Había entrado en una dinámica nociva y cíclica en su relación. Paula le pedía un tiempo, él la convencía de que volvieran a estar juntos, discutían, lo arreglaban, discutían aún más, Paula volvía a pedirle un tiempo... Iker no podía más con aquella situación, sobre todo porque su amigo cada vez estaba peor.

Martín había perdido su trabajo, pero actuaba como si eso no le importara. Estaba totalmente centrado en hacer que su relación con Paula funcionara. Los días buenos eran muy escasos, apenas dormía y siempre volvía a casa con dolor de cabeza después de discutir durante horas con Paula. No solo Iker estaba preocupado, el resto de sus amigos también lo estaban y lo comentaban a sus espaldas. Un par de días atrás Iker se armó de valor, hizo caso omiso a las advertencias de Bea, y habló con Paula. Ella parecía aliviada por poder hablar del tema con un amigo de Martín. Paula tampoco estaba bien. Había intentado dejar a Martín, pero él siempre parecía poder solucionarlo y la convencía de intentarlo de nuevo. Semanas atrás había reunido fuerzas para dejarle por fin de forma definitiva, pero esa mañana echaron a Martín del trabajo y no fue capaz de hacerlo.

—No digo que no debas darle oportunidades —le dijo Iker—. Martín es un tío de puta madre, pero todo esto solo parece ir a peor. Lleváis meses con movidas. Tú estás muy mal, él está destrozado, no tiene sentido seguir intentándolo, ¿tú crees que tiene arreglo?

—Martín cree que... —comenzó Paula.

—No, dime qué crees tú —interrumpió Iker firme y algo incómodo. No le gustaba ponerse severo.

En ese momento Paula se rompió, y no pudo evitar echarse a llorar delante de Iker. Daba igual lo que Martín creyera, ella sabía que no podían solucionarlo y eso la destrozaba. Aunque se pasaran el día discutiendo le tenía mucho cariño y no quería hacerle daño. Su relación no funcionaba y sentía que le había fallado, que había fracasado.

Iker esperó con paciencia a que se le pasara. Cuando Paula pudo volver a mirarle le preguntó:

—¿Por qué no tiene arreglo?

Apoyado sobre un coche, en la calle del Ariel, Martín apuraba el cigarro que le había dado Hugo, mientras contaba a sus amigos lo que acababa de ocurrir

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Apoyado sobre un coche, en la calle del Ariel, Martín apuraba el cigarro que le había dado Hugo, mientras contaba a sus amigos lo que acababa de ocurrir.

—Porque ya no me quiere, ya no siente lo mismo. Me ve como a un amigo —dijo Martín—. Bueno, es lo que dice. Parecía muy segura, pero no sé. Paula se raya mucho, ¿sabes?

—Si ya no te quiere no hay nada que hacer —sentenció Hugo—. Pasa de ella.

Iker asesinó a Hugo con la mirada. Martín también tenía sus ojos sobre él, pero parecía que no le veía.

La calle estaba casi vacía, la mitad de la gente volvía a casa y la otra mitad trataba de encontrar hueco en algún bar que abriera hasta más tarde.

—Joder, tío. Lo siento mucho, no sé qué decir —dijo Iker—. Estamos aquí para ti, ¿vale? Es una putada, pero al menos ya lo sabes, ¿no?

—Sí —murmuró Martín—. Pero bueno, se puede arreglar.

Iker sintió su móvil vibrar. Tenía un WhatsApp de Hugo.


02:49 *Hugo: sigue negando

02:49 *Iker: dale tiempo

02:50 *Hugo: no


—Era pronto para pedirle que nos fuéramos a vivir juntos. —Martín seguía con la mirada perdida—. La agobié. Solo está confusa.

—Eso lo he oído antes —le cortó Hugo.

Martín le miraba, pero no le escuchaba. A penas parpadeaba, tenía los hombros hundidos y los brazos le colgaban a los lados del cuerpo, como si le pesaran.

—Solo necesita tiempo —Martín murmuraba. Parecía estar hablando consigo mismo.

— Esa tía es una zorra— volvió a interrumpir Hugo.

Iker mandó a Hugo callar con la mirada, pero Martín seguía inexpresivo.

—Paula necesita...

—Paula es una zorra. —Hugo obligó a Martín a mirarle—. No le importas, pero le venía bien estar con un calzonazos. Seguro que ha encontrado a otro y ya no te necesita, ahora estará yendo a casa de ese mierdas para comerle la polla.

A pesar de buscarlo, el puñetazo de Martín pilló a Hugo desprevenido. No le dio tiempo a recuperarse porque Martín le empujó contra la pared y le agarró del cuello de la camiseta.

—Vas a cerrar la puta boca —le escupió Martín mientras sujetaba a Hugo con una mano—. No tienes ni puta idea. No tienes ni puta idea de lo que hablas. —Hugo fue a decir algo y Martín levantó el puño de la otra mano y le amenazó—. Te voy a partir la puta cara. Ni puta idea. —Tragó con fuerza—. No tienes ni puta idea de lo que se siente al querer a alguien así. Eres un bocazas y no te aguanta nadie. Paula me ha dejado para siempre y solo piensas en soltar tus putas mierdas de amargado. Paula me ha... —Apretó la mandíbula—. Mierda.

Soltó un puñetazo que dio a la pared.

Mantuvo el puño sobre esta durante unos segundos, sin soltar a Hugo.

—Lo siento —murmuró Hugo.

No solía disculparse y esto no era una excepción. No le estaba pidiendo perdón, lo que sentía era que su amigo lo hubiera pasado mal durante meses, que lo estuviera pasando mal ahora y lo mal que lo iba a pasar las próximas semanas.

Martín apoyó unos segundos la frente sobre el hombro de Hugo. Le soltó y fue a sentarse sobre el capó de un coche, dándoles la espalda.

Hugo se limpió la sangre que le salía de la nariz con el dorso de la mano. Él e Iker miraron hacia donde estaba Martín, tenía la cara hundida entre las manos, estaba llorando.


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