2. Gafas rojas

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Apretó todo lo que pudo el tubo de pintura magenta hasta acabarlo sobre la madera donde hacía las mezclas, y buscó el color amarillo para lograr el tono naranja que buscaba, sabía que quedaría perfecto en el ojo del pez lila que destacaba en su última obra. Estaba convencido que un poco de claridad en la mirada del pequeño nadador le daría un toque especial, pero cuando se apartó para revisarlo se sentó en la silla cansado. No le gustaba, era aburrido.

Hacía meses que pintaba cuadros al azar y ninguno le convencía, los comenzaba totalmente inspirado y luego terminaba harto de ellos. Al principio era divertido, le encantó ver a su pequeño bulldog francés dibujado en los muros de aquel parque gris, y que a la gente le gustara tanto como para dejarlo. La adrenalina de pintar por las noches, sin ser descubierto, y ser noticia a la mañana siguiente, era insuperable. Le hacía gracia ver la cara de indignación de los vecinos aguafiestas. ¿De verdad no les gustó el dragón color turquesa que predominaba en aquella pared, tapando los grafitis sin gracia de miembros flácidos? Si de verdad les gustaban ese tipo de imágenes, él personalmente se hubiera encargado de ponerle por lo menos algún detalle explícito. A lo mejor a aquellas señoras mayores les daba morbo levantarse con un pene gigante en su ventana.

Sonrió ante su propia idea y se levantó para mirar de nuevo al pececito lila, y que otra vez le pareciese horrible. Buscó el teléfono en uno de sus bolsillos y pulsó el icono de la cámara de fotos, enfocó bien al cuadro para guardar la imagen en su galería. Que a él no le gustaran sus propias obras no significaba que a algún entendido de arte le parecieran espectaculares, y si a ello le sumaba que con solo añadir su firma particular, el precio subía a cantidades excesivas, siempre iba mejor.

No es que le faltara el dinero, de hecho le sobraba, pues si sumaba sus ganancias de las exposiciones a lo heredado de su abuela e incluía lo que su madre le enviaba desde Nueva York cada mes, Wonsik podía considerarse un chico de veintiséis años lo suficientemente rico como para vivir toda su vida sin preocupaciones.

Abrió su portátil, colocado sobre una de las mesas, para pasar la foto del teléfono a su página web oficial, un lugar creado por su mejor amigo, donde Ravi colgaba las imágenes de sus obras y la gente pujaba por ellas. Decidió que aquella vez donaría el dinero a la protectora de animales donde adoptó a su pequeño buldog francés color crema.

- ¡Sikkie! - Escuchó unos golpes en la puerta. - ¿Estás ahí? Suki y yo estamos aburridas...

Bufó, ni se acordaba de ellas, y eso que había pasado una noche de lo más interesante con las dos universitarias japonesas con las que se topó en su bar de copas favorito, pero en cuanto ambas cayeron agotadas sobre su cama, Wonsik se despejó y se metió en la habitación que utilizaba para pintar, un lugar donde nadie entraba más que él. Se levantó al oír de nuevo como la chica volvía a picar y salió a su encuentro, cerrando la puerta detrás de sí y consiguiendo que la muchacha no viera nada.

- ¿De verdad no estáis cansadas? – Sonrió mientras acariciaba el brazo de la nipona que a su vez delineaba el tatuaje de su abdomen con sus finos dedos.

- Para nada. – Sonrió mientras su mano descendía a una zona peligrosa. Wonsik sintió escalofríos.

Vio como Suki salía del lugar donde estaba su cama para acercarse a ellos, y ayudar a su amiga con el juego de manos justo después de robarle un beso de buenos días. Subió sus manos hasta detrás de su cabeza para disfrutar del placer que las chicas le daban, seguía aburrido, pero no iba a negarse a algo como aquello.

..

De toda la ropa que había en su armario, hoy se había decantado por los pantalones de chándal verdes, la sudadera con cara sonriente amarilla y las bambas rojas y negras. Hacía frío, pero el cielo estaba lo suficientemente despejado como para dejar ver el sol, así que decidió que las gafas con cristales como espejos eran perfectas para caminar hasta el bar de su mejor amigo.

Tu toque de ColorWhere stories live. Discover now