—Si te portas bien, te la quitaré pronto —susurré en cuanto anudé la tela.

—Cuando se trata de ti junto a una cama, creo que portarme bien no entra en mis planes, pero lo intentaré —contestó con voz ronca.

«¡Dioos!, ¡Que me lo como hasta sin guarnición!»

—Entonces tu premio será ser todo lo malo que desees —jadeé mientras cogí la botellita de aceite de ducha que era el único que tenía y la vertía sobre su pecho a la vez que me echaba también sobre el mío sin que él lo pudiera apreciar.

Deslicé mis dedos sobre su pecho lentamente y comencé a masajear su cuello para conseguir que se relajara.

—Relájate —susurré.

—No sé cómo quieres que me relaje si te tengo desnuda encima de mi —contestó inclinándose hacia atrás.

—Dedícate solo a disfrutar, no pienses en nada más...

Noté como inspiraba profundamente y entonces me incliné sobre él para masajear con mis pechos el suyo al mismo tiempo que mis dedos viajaban por sus brazos. Escuché su respiración agitarse y sonreí interiormente... relajar a este hombre era como pedirle a la luna que bajara e hiciera una reverencia "imposible", pero por otro lado era excitante saber que estaba así solo por lo que yo le estaba haciendo o por lo que yo le hacía sentir.

Me acerqué a su oreja saboreé el lóbulo con suavidad, lentamente y sin prisa alguna; después me aleje y soplé al mismo tiempo que mis manos bajaban por su abdomen entre mi cuerpo y el suyo llegando a rozar su bajo vientre. Pude notar como su respiración se contenía en cuanto mi mano se detuvo en el borde de su ropa interior y volvió a respirar cuando comencé de nuevo a subir mis manos masajeando la piel.

Le desnudé de cintura para abajo y aproveché para coger una de las flores que había en uno de los jarrones que adornaban cada día con flores frescas del jardín. Lentamente comencé a rozar su piel con ella deslizándola por su cuello, por sus brazos... por su pecho... y la deslicé hasta rozar su ingle donde escuché un gemido por su parte.

—Me vas a matar... —dijo con evidente sufrimiento en su voz.

«¿Matarte? Quiero hacerte muchas cosas principito... pero matarte no es una de ellas» medité mientras cogía un preservativo de la mesita de noche y se lo colocaba con suma delicadeza y cuando lo hice entrelacé mis dedos en su cabello, masajeando su cabeza.

—No... desde luego que no —jadeé cerca de sus labios.

—Ven aquí —dijo antes de apresar mi boca con la suya y en ese momento noté como sus brazos, a pesar de estar unidos por las muñecas se encajaban entre mi cuerpo apresándolo y de un solo movimiento me alzó buscando la unión entre ambos.

Jadeé en cuanto sentí como se abría paso a través de mí. Sin duda alguna la sensación de plenitud era tan placentera como fascinante. Sus besos tenían la misma fuerza que sus movimientos y el deseo que se apoderó de mi me hacía salir a sus encuentros con el mismo ímpetu, al punto de que comencé a gritar de placer sin ser consciente de ello, al igual que tampoco era consciente de sus jadeos al mismo tiempo. Y en medio del abismo al que me había abandonado, en mitad de aquel placer infinito que ese príncipe de ojos azules me proporcionaba, sentí como se abría paso ante mi la divinidad, el paraíso, el infinito y el más allá si podía llamarlo así... esos microsegundos en los que era inevitable cerrar los ojos y abandonarse al más puro deseo carnal, a la auténtica posesión del placer... era simplemente indescriptible.

Cuando reaccioné fui consciente de mi respiración agitada y también de la de Bohdan, le retiré la venda de los ojos y abrió esos orbes azules preciosos observándome. Aún estaba sobre él. Aún estábamos únicos y sinceramente, no tenía ninguna prisa por dejar de estar así.

En todos mis años de existencia sexual, jamás había sentido una conexión tan plena con un hombre como la que sentía por Bohdan. No sabía si era porque estaba enamorada, porque estaba increíblemente bueno o por ambas, pero lo que era indudable es que yo había nacido para conocer a ese hombre y para sentir todo el placer que él me proporcionaba.

«Tal vez el destino sí existe después de todo»

En ese momento Bohdan abrió los ojos y me miró sonriendo al mismo tiempo, algo que inevitablemente hice a la vez y ambos comenzamos a reír.

—Creo que te pediré más masajes como ese a partir de ahora —dijo sonriente.

—Así que te ha gustado después de todo... —susurré acariciándole el cabello.

—¿Gustarme? —ironizó—. No... desde luego que no me ha gustado —comentó serio—. Simplemente me ha encantado, sobre todo el final —añadió sonriente.

—Recuérdame que la próxima vez te torture más —dije divertida.

—Ummmm —meditó—. Con que haya una próxima vez, tortúrame todo lo que desees, princesa.

«Menos mal que no tengo bragas, sino se me caen, ¿Cómo puede este hombre decirme esas cosas y quedarse tan panchis?, ¡Un poquito de por favó!, ¡Ten piedad de mi!»

—Eso ha sonado a promesa, excelencia —contesté divertida para que no se notara mi nerviosismo mientras tocaba su hombro y evitaba mirarle.

—Mírame —dijo firme y alcé la mirada con cierto temor.

—¿Si? —pregunté.

—¿Sientes algo por mi? —preguntó observándome fijamente con el rostro serio.

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Náh es bromis... (pero si lo haces te querré más)

 (pero si lo haces te querré más)

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De Plebeya a Princesa Where stories live. Discover now