Parte 16

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Miré de nuevo la cubertería bien colocada a los extremos del plato principal, eso era como jugar al azar para mi, enserio que no veía la diferencia

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Miré de nuevo la cubertería bien colocada a los extremos del plato principal, eso era como jugar al azar para mi, enserio que no veía la diferencia.

—¿Cuál me había dicho? —pregunté por ganar tiempo.

—El tenedor de la ensalada señorita Abrantes —contestó con retintín aquel hombre que habían designado como profesor para mis "clases de protocolo".

Menuda pérdida de tiempo, en mi casa siempre se ha usado un tenedor para lo mismo y hasta donde yo sé, ni hemos pillado una enfermedad venérea, ni nos hemos muerto...

—¿Este? —dije cogiendo uno del centro.

—No, no, no y por enésima vez no —respondió con aplomo y se acercó a mí. Olía a perfume desde doscientos metros, quizás se había echado medio bote esa mañana pero desde luego como lo hiciera a menudo ese hombre no ganaba para colonia.

—Tenedor de ensalada —comenzó señalándome uno de ellos a mi izquierda—. Tenedor de pescado y tenedor de carne —continuó—. Tenedor de postre —señaló el que estaba por encima del plato de presentación—. Y tenedor de frutos de mar —dijo señalándome el del extremo a mi derecha.

—Umm ya —asentí como si con eso dijera todo.

—No es tan difícil, solo son cinco —contestó.

¿Solo son cinco? Gemí. Y luego estaba la cuchara de la sopa, la del postre, la de la ensalada, el cuchillo de la carne, del pescado, del pan... ¡y el de su mismísima madre que lo parió! Ah y mejor no hablemos de copas y vasos porque ya me tiro por la ventana directamente.

¿Es que ese hombre pretendía que en una hora me aprendiera todo eso? Si cuando llegaba al postre a mi ya se me había olvidado los entrantes.

—¿No puedo simplemente el que crea conveniente? —pregunté.

—No si el que cree conveniente no corresponde con el plato. Dejaría en mal lugar a la corona si lo hace en un acto público —respondió seriamente.

¿Enserio?, ¿Me dejarán ir a actos públicos?

—Tenga presenta que los cubiertos siempre tienen disposición con el plato que vayan a servir, de forma que se cogen desde fuera hacia dentro —me señaló.

—Si, eso dígaselo a los caracoles —contesté tajante.

—¿Cómo dice? —preguntó contrariado.

—Nada nada... mejor sigamos...

Dos horas después podría jurar que estaba medio borracha por "aprender a beber vino correctamente" al menos me había divertido durante los últimos minutos hasta que Raphael me dejó libre porque se dio cuenta de que estaba piripi.

Como había salido antes de la hora prevista, Jefrid no me esperaba en la puerta como siempre hacía para "seguir con mi programación", así que en ese momento me sentí libre por primera vez desde que estaba en aquel palacio, que tampoco es que hiciera mucho tiempo porque llevaba dos días prácticamente, pero decidí irme a investigar que tesoros secretos podía ocultar aquel castillo.

¿Tendría historias de esas de fantasmas? O amoríos insólitos, asesinatos o conspiraciones hacia la corona... sería muy interesante descubrirlo.

Después de dar vueltas durante un buen rato que al no llevar teléfono porque decían que aún no estaba preparada para que me lo devolvieran, —esperaban que la noticia se asentara unos días para poder hablar con familiares y amigos de forma que no pudiera proporcionar información desafortunada—, al menos esas eran las explicaciones cuando pedía que me devolvieran el teléfono. En resumen, desconocía que hora era ni cuanto tiempo habría pasado... a mi me parecía todo igual, pero creo que en mi recorrido con Jefrid el primer día no había estado en esa área del palacio.

—¡Hola! —escuché a mi espalda y di un salto del susto.

—¡Joder! —se me escapó del bote que di al no esperarlo porque no escuché los pasos llegar y es que había aparecido ante mi como un fantasma.

—¿Qué significa joder? —exclamó la infanta Margarita.

—Mejor no quieras saberlo —contesté. Aunque igual podría reírme si le decía a la reina "jodete" sin saberlo... pero mi malicia no llegaba a tanto.

—¿Qué haces en esta área del palacio? —preguntó cambiando de tema.

—¿Quieres la verdad? —pregunté fomentando la intriga a la pequeña hermana del príncipe y vi sus ojos abrirse expectante—. Estaba buscando algún tesoro escondido o algo lo suficientemente interesante que me haga olvidar las estúpidas clases de protocolo de Raphael —susurré.

Para mi sorpresa la carcajada no se hizo esperar y como todo estaba tan silencioso y era tan grande se escuchaba el triple que lo normal.

—Cshh —dije intentando taparle la boca—. Si me pillan seguro que me someten a otro tipo de tortura, ¡Me vas a delatar! —gemí.

—¡Eres muy graciosa! —dijo al fin controlando su risa y pude incluso ver algunas lágrimas en sus ojos.

—¿Eso es un cumplido? De donde yo vengo eso es como decir que eres fea y no vales un pimiento.

—¿Un pimiento? —exclamó y volvió a reír.

Mierda Celeste, controla tu lengua.

—¡Margarita! —escuché de lejos—. ¡Donde estás! —Ni tan siquiera era una pregunta, sino una exigencia.

—¡Oh no!, ¡Es mamá! —exclamó con cara de puro horror en la cara—. Querrá darme otra de sus lecciones sobre lo que se espera de mi porque saqué un once en matemáticas.

—Espera un momento... ¿Te va a regañar por sacar un once?, ¿Cómo funciona aquí la puntuación? —pregunté.

—Del cero al doce —contestó apenada.

—¿Que te va a regañar por sacar un once de doce?, ¡Ven!, ¡Vamos! —grité de pronto sin siquiera pensarlo.

—¿Pero a donde vamos? —preguntó, aunque me dio la mano y me siguió... no tenía ni idea de a donde iba pero desde luego que lejos de esa vieja bruja explota niñas. ¡Un once de doce!, ¡Ya hubiera querido mi madre que sacara esas notas!

—A celebrarlo, a eso vamos —contesté mientras corríamos lejos de aquella voz.

—A celebrarlo, a eso vamos —contesté mientras corríamos lejos de aquella voz

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Creo que Celeste va a cambiar más de una vida en ese palacio... ¿No creéis?


 ¿No creéis?

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De Plebeya a Princesa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora