Parte 14

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¡Hermosas y bellas!

Aquí tenéis nuevo capítulo

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—Hola... —susurré sonriendo como una boba y con voz ida como si estuviera dentro de una película viviendo el sueño de toda protagonista que se aprecie cuando el buenorro la tiene entre sus brazos y está a punto de besarla.

—Hola —contestó con un amago de sonrisa—. ¿Estás bien?, ¿Quieres que te deje en el suelo? —preguntó con un deje de preocupación e inocencia al mismo tiempo.

—No —contesté a secas mientras le seguía observando... era tan guapo, tan delicado, tan... príncipe.

—¿No? —gimió confuso.

—Para una vez que un príncipe me va a sostener en brazos, voy a aprovecharme de la situación —solté tan pancha. Era mi sueño, ¿no? Allí mi peso sería similar al de una pluma.

La risa estridente por parte del dios rubio hizo que sintiera como su pecho se agitaba y su olor embriagante a masculinidad pura y dura me dio la bofetada de realidad que necesitaba. ¡Mierda!, ¡Joder!, ¡En qué estaba pensando yo para creer que era un sueño!

A pesar de que no me había soltado me revolví entre sus brazos para tocar con mis pies el suelo y al hacerlo con vehemencia pude sentir sus dedos en cierta parte de mi anatomía trasera tocando suavemente mi piel. En ese momento enrojecí y él se dio cuenta porque paró de reír.

—Esto... yo.... —comencé diciendo ajustándome el camisón fino que me habían dejado como prenda de dormir, pero por más que estirara esa tela no cedía mientras miraba hacia los lados para tratar de evitar mirarlo a él

—¿Sí? —contestó apremiante para que siguiera hablando.

—Yo... yo... —seguí balbuceando porque no sabía que decir, quería meter la cabeza bajo tierra como los avestruces de la vergüenza que sentía en ese momento.

—¿Tú? —contestó de la misma forma.

¡Apechuga Celeste! Dale función a tus neuronas o va a creerse que eres idiota.

—Quiero chocolate —solté y después me arrepentí.

Ahora se creerá que soy una gorda ninfómana del chocolate, ¿Y cómo no hacerlo? Si era de madrugada y había ido a hurtadillas a la cocina como una delincuente en su busca.

—Pues no lo ibas a encontrar ahí arriba —contestó con una vaga sonrisa—. Ni en toda la cocina para ser exactos —añadió.

¡Mierda pa mi!, gemí interiormente sintiendo como mis tripas maldecían.

—No hay —susurré temiéndome lo peor.

Definitivamente yo no había nacido para ser monárquica si tenía que comer caracoles y estar malditamente muerta de hambre. Llevaba un día allí, probablemente en una semana me tendrían que mirar dos veces para poder encontrarme y no confundirme con uno de esos esqueletos que tenía mi profesora de biología en clase, ¡Qué vida más triste!

De Plebeya a Princesa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora