Parte 64

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¡Que lo disfrutéis hermosas florecillas!

La celebración del aniversario de mis abuelos por sus cincuenta años de casados, que vienen a ser las bodas de oro, algo que ya tiene mérito conseguir, la verdad

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La celebración del aniversario de mis abuelos por sus cincuenta años de casados, que vienen a ser las bodas de oro, algo que ya tiene mérito conseguir, la verdad... porque eso de pasar cincuenta años al lado de la misma persona parece imposible hoy en día, aunque ahora que lo pensaba, si me planteaba la remota posibilidad de pasar cincuenta años al lado de Bohdan solo podía decir; ¿Dónde hay que firmar? Si es que ese hombre es pecado mortal hecho carne y hueso. La cuestión era, que el evento en sí —que no era evento ni leches, simplemente os juntábamos toda la familia y cada uno llevaba algo— se hacía en la casa de mis abuelos, donde todos terminaríamos como sardinas en lata —igualito que en navidad—, puesto que la familia no es que fuera "pequeña" que digamos. Entre primos, hermanos, tíos y un largo etc... terminábamos siendo más de cincuenta en aquel salón, que no era pequeño, pero tampoco para correr caballos precisamente.

—¿No te parece que vas muy arreglado? —pregunté a Bohdan cuando salí del baño y le vi vestido con su impecable traje azul marino.

Parecía sacado del catálogo del corte inglés o directamente preparado para rodar el típico anuncio que saca por rebajas la firma, con esos hombres guapos de trajes ceñidos marcando...

«No pienses en eso, ¡Ni se te ocurra llevar a tu pervertida mente por esos caminos! Que ya vas con la hora pegada al culo y vas a llegar tarde» empecé a recriminarme...

Hacía diez minutos que mi madre nos gritó que ellos ya se marchaban porque debían llevar unos cuantos platos preparados a casa de mi abuela. Supuestamente la ceremonia en la iglesia era a las siete y media para renovar los votos y después vendía la celebración, en el reloj del móvil marcaban ya las siete y cuarto y yo aún no me había puesto ni el vestido.

—Es una boda, ¿no? —contestó como si fuera evidente.

—Si, pero esto es un pueblo pequeño y no es que sea una boda como... las de verdad, sino una renovación de votos —dije balbuceando porque ni yo misma era capaz de razonar con semejante bombón allí presente. Además, estaba segura que con el calor que hacía, ni un solo hombre iba a ir en traje... es más, dudaba muy mucho que hubiera alguno con corbata y menos todavía con chaqueta.

—¿Entonces cómo quieres que vaya? —preguntó algo confuso.

—Da igual, de todos modos no hay tiempo... —bufé mientras hacía malabares para no manchar de maquillaje el vestido en tono pastel que me estaba colocando, era uno de esos repipis que tanto le gustaba al que debió elegir mi ropa para rellenar el armario en mi habitación de palacio... o más que gustarle es que no se quiso calentar mucho el coco a la hora de elegir viendo lo visto.

Por suerte la iglesia no quedaba muy lejos de allí —teniendo en cuenta lo pequeño que era el pueblo yo creo que en cinco minutos se podía llegar de un extremo al otro—, pero con los tacones y el empedrado de las calles, tardamos un minuto más en llegar y gracias a que Bohdan me tenía bien sujeta de la cintura no me estampé contra el suelo en un par de ocasiones porque yo quería llegar pronto, pero mis pies se empeñaban en hacer lo contrario.

De Plebeya a Princesa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora