Parte 12

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Con la mirada fija en aquellos bichos de mi plato observé los cubiertos a mi alrededor

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Con la mirada fija en aquellos bichos de mi plato observé los cubiertos a mi alrededor. Había al menos cuatro cuchillos y cuatro tenedores casi iguales, sin contar con las dos cucharas a la cabecera que quedaban descartadas.

Recordaba vagamente ver en alguna película algo sobre "de fuera hacia dentro" ¿o era al revés?, ¡Maldita fuera mi estampa por tener menos retención que un pez!

Decidí que tenía que ser de fuera hacia dentro y cogí los cubiertos que estaban en los extremos. ¿Tal vez esta gente los cocía de tal forma que la cáscara de la concha se reblandecería para poder cortarla? No tenía ni la menor idea, pero miraba a aquel plato como un soldado que debe atravesar un campo de minas.

—Querida, estoy expectante por ver como pretendes comer los escargots con el cubierto de la carne.

—¿Cómo? —exclamé dirigiendo mi vista hacia la voz que había pronunciado aquellas palabras, —mientras salía de mi leve letargo—, que no era ni más ni menos que el mismísimo rey.

—Los escargots se comen con el tenedor de dos púas y las pinzas que tienes a tu izquierda —habló serenamente el príncipe, como si aquello fuera lo más normal del mundo, vamos... que estos estaban comiendo caracoles día si y día tan bien. ¡Pues iban listos si se pensaban que mi dieta se iba a basar en esos bichos!, Ya podía ir diciéndole a Jefrid la lista de la compra para tener bien surtida la almohada cuando me fuera a la cama o los rugidos de mi estómago se confundirían con los de un león.

—¡Si!, ¡Claro! —exclamé mientras dejaba los cubiertos rápidamente y cogí las pinzas con el tenedor de púas.

Menudo invento para comerse un puñetero caracol, —ni que fuera esto un arte culinario—, tal vez lo era y yo vivía en mi inopia de nutella con pan, o nutella a secas ya puestos «Nutella...» podía hasta sentir la babilla caerse de mis labios de solo recordar su sabor.

Atrapé uno de esos bichos con las pinzas cuando al cabo de dos minutos le pillé el truquillo y estaba tan concentrada en mi empeño de sacar con el tenedor el interior de la caracola que en el momento en el que escuché, "celebración de boda" el traicionero se escapó volando por toda la mesa y fue a parar a la otra punta de la habitación.

—¡Que horror! —escuché gemir a mi "suegra" mientras que por otro lado a la infanta Margarita pareció hacerle tal gracia que sus carcajadas eran de gran distracción mientras mi cara debió volverse roja como la grana—. Es una vergüenza, que ordinariez —añadió para mi consternación.

Miré de soslayo a Bohdan y me pareció ver como reprimía una sonrisa, de todos modos, dejé las pinzas y ese tenedor maldito sobre el plato. Total, solo iba "hacer como que comía" porque no pensaban en realidad comerme aquellas babosas malditas.

—Madre —habló de pronto el dios de dioses y le miré expectante—. Le recuerdo que debe ser más condescendiente con nuestra invitada.

A pesar de la distancia observé como se hinchaba su vena en el cuello, como si estuviera aguantando la respiración o simplemente apretando la mandibula hasta el punto de casi romperse los dientes —probablemente de la impotencia—, en ese momento quise saltar sobre la mesa para plantarle un beso en los morros a ese hombre que había puesto a su madre en su lugar con tanto refinamiento que hasta yo misma estaba sorprendida. No entendía mucho de categorías en cuanto a estándares de monarquía, pero me había quedado claro que el príncipe tenía más autoridad que su madre, en este caso la Reina, porque lo único que ella hizo fue mirar hacia otro lado mientras probablemente maldecía en voz baja.

De Plebeya a Princesa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora