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 —Y después dices que yo apesto para las citas —se quejó Kira.   

Rodé los ojos y la miré.

—No dije que la cita haya sido mala —aclaré—, es más, me ayudó a levantarme y nos fuimos.

La verdad que no se que hago aquí. No es porque no quiera pasar tiempo con mi amiga, pero a lo que no le veo coherencia es a estar corriendo en una cinta. Hoy es uno de los días en el que Kira viene al gimnasio y yo la mayoría de las veces la acompaño pero prefiero quedarme sentada, no correr en una cinta que no me llevará a ningún lado. En cierto punto, admito que la acompaño para ver a los chicos en las pesas y ¡dios, como perderme de eso!.

La miré y ella corría en la cinta de al lado pero en un nivel más rápido, y ni siquiera se inmuta.

—Y ahí fui mi irguilli —se me burló—. Yo si tuviera a alguien como tu princeso misterioso encima mío le haría de todo menos hablarle.

Abrí la boca a causa de las palabras de mi amiga y miré detrás mío a unas señoras que venían de zumba. Éstas miraban ofendidas a mi amiga quien hacia caso omiso a las miradas negativas de las señoras. Seguí corriendo un poco hasta que noté que esas señoras seguían mirando mal a mi amiga, así que, con mi hermoso carácter, me volteé a verlas.

—Buenos días —dije demasiado fuerte.

Las viejas notaron mi tono de voz  y, ante mi advertencia indirecta, se miraron entre ellas y salieron del lugar. Una vez que noté que salieron del gimnasio, suspiré y seguí corriendo.

—¿Y qué querías que hiciera? —volví a nuestra conversación anterior—. Mi maldito trasero se congelaba.

—Por lo menos hubieras aprovechado —se burló—, sé que te hubiera encantado tocar su...

—Kira —advertí.

—Billetera —terminó y se rió—. Mente perversa.

—Idiota.

—Me amas y lo sabes.

Corrimos durante otros segundos cuando ya mi boca se empezó a secar y empecé a jadear. Paré la máquina y tropecé para tenerme justo de los lados de la máquina. Kira reprimió una sonrisa y volteó la cabeza a verme, cuando esto ocurrió, su gesto cayó a uno enfadado.

—¿Qué haces?, ¡no pares maldita vaga inmunda! —reprochó.

—Pero ya me cansé —me quejé—. Recuerdame porque es que te acompañé.

—Porque tienes que hablar con alguien de tu cita y recuerda que no eres de las que comen y no engordan —continuó corriendo con la vista fija al frente—, además, la tía de Thalia la llamó, y no para nada bueno.

—Nunca es para algo bueno —dije.

Me encaminé a mi silla habitual y tomé una de las revistas antes de dejarme caer en ella.

Thalia y Kira siempre vienen juntas a este gimnasio y hacen una rutina, por mi parte, las acompaño y les doy apoyo desde esta silla, donde, mayormente, tiene vista al salón de pesas. Pero, para mi desgracia, no hay nadie allí. Mientras hojeaba las revistas de ejercicio, las palabras de Adam me dijo en nuestra cita la semana pasada pasaron por mi cabeza. Tal vez el imbécil de Aaron, para mi pesar, le interesa en serio la metiche Moore; y puede que a ella le interese mi hermano, algo que no confío mucho, pero puede que sea verdad.

—¿Crees que la jodí? —pregunté—, digo, con eso de Aaron y la metiche Moore.

—No hiciste nada —respondió mi amiga dejando la máquina—, y ¿desde cuándo eres sentimental con tus hermanos?.

No me llamo Cenicienta [Princesas Modernas #1]Where stories live. Discover now