VIII (Diario del discípulo)

32 2 0
                                    

Es agradable ver que cultivas tu mente en la biblioteca. Con la cantidad de horas que has pasado allí dentro, supongo que habrás terminado de leer , como mínimo, una novela entera. ¿Qué has leído? ¿Novela histórica? No, eso no va contigo... ¿Una de amor, tal vez? Tampoco. Yo apuesto por una novela policíaca, de esas en las que salen detectives muy listos y asesinos enfermos, de extrañas manías... ¿Verdad que sí?

También es muy interesante saber que sales a cenar con alguien. Desde lejos, querido mío,parecías un tonto enamoradizo. No te estarás enamorando... ¿Y ella quién es? Vive en la misma pensión que tú... ¿Será esa cueva repleta de caos y de fracaso vuestro nidito de amor? Qué cosas tiene la vida...

Mientras cenabas con ella, yo te observaba desde el otro lado del restaurante. Es increíble que no me hayas visto. Esta, probablemente, ha sido la vez que más cerca hemos estado desde hace años. Nunca me arriesgo tanto, pero verte así, de cerca... Tenía que hacerlo. Era necesario comprobar algunas cosas. Que no me hayas reconocido me ha llamado la atención. Yo estaba dispuesto a salir corriendo de allí al menor indicio de que me hubieras reconocido. Pero, y esto es lo más curioso, no es que no me reconocieras. Es que ni siquiera me miraste. No te preocupaste de mirar alrededor, como sueles hacer siempre. Eso, amigo mío, te ha pasado sólo otra vez: cuando estabas con Marta. Y ahora vuelves a caer en la misma equivocación. Ella te quitará concentración.Ella hará que cometas errores. Y, sobre todo, ella hará que yo pueda atraerte hacia mi delicada trampa.

De vuelta a casa, he bajado a ver cómo estaba Natasha. La pobre tiene mala cara. La piel sobre su nariz es ahora un amasijo rojizo. El hueso se deja ver con claridad. Imagino lo doloroso que tiene que ser eso. De momento, puede respirar, pero probablemente tenga que cambiar el goteo de esa zona. Sus pechos se están deshaciendo poco a poco... De los pezones ya no queda nada, y un agujero sangriento se está abriendo paso hacia el pecho. Pero aún queda mucho para que tenga daños críticos. Su pubis no está mucho mejor. Además, varias gotas más van cayendo poco a poco sobre sus brazos y sus piernas. Imagino que el dolor debe ser inmenso.

En vista de la situación, muevo un poco el sistema de goteo. Ahora, el líquido empieza a caer lento sobre uno de sus ojos. Dejo el otro libre, para que pueda seguir mirándome. La boca la tiene amordazada y tapada con cinta adhesiva. Un leve goteo empieza a caer también sobre su garganta y sobre su estómago. También cambio las cánulas que apuntan a sus extremidades. Hago que una deje caer el ácido sobre su vagina. Es mi pequeña venganza.

Observo sus ojos antes de irme. Uno de ellos ya está rojo por el ácido que ha empezado a gotear. Del otro caen lágrimas. Su mirada parece desquiciada. Creo que intenta pedir algo. No me importa. Su dolor me alimenta. Me doy cuenta de que toda la estancia huele a heces. Es lo común.Debería usar un ambientador. Cuando vengas tú, seguro que lo tendré preparado.

Yo psicópata. El diario de un asesino IIWhere stories live. Discover now