VII

33 6 0
                                    

Hoy será un día difícil. Tendré que mover otra ficha en esta partida de ajedrez. En una partida, cada movimiento puede suponer un error terrible, pero también acercarse a la victoria. El jaque al rey traidor no se consigue sin sufrimiento.

Tampoco se consigue sin sacrificar piezas. Es la ley del ajedrez. La ley de la guerra. La ley de la vida.Salgo de la pensión temprano. Hoy no quiero desayunar en el mismo bar. Hoy quiero caminar un rato, aclarar mis ideas, repasar los movimientos.

Dos horas de paseo me acercan hasta el cementerio. Decido entrar. Tengo que hacer algunas visitas.Casi no me atrevo a ver la tumba de mi madre. No estoy seguro de merecer ese privilegio.Durante estos últimos años, he tenido tiempo de reconciliarme conmigo mismo, pero aún es demasiado pronto para hacerlo con ella. Aunque no falta mucho, madre, no falta mucho...Paso cerca de la lápida de Lorena. El odio invade mis sentidos.

Con ella empezó mi pena.Ella me obligó a dar el primer paso en falso. Y sin embargo, el odio va dirigido contra mí y, sobretodo, contra el maldito traidor. Ella, al fin y al cabo, no tuvo demasiada culpa de nada. La follé y la maté. Debería sentirse afortunada.Vuelvo hacia el centro caminando. Sigo observando el mundo que me rodea. Nunca dejo de hacerlo.

Y sigo dándome cuenta de la terrible enfermedad que nos afecta. Le doy muchas vueltas.Pienso, medito, reflexiono sobre todo esto. El gobierno de la ignorancia, la época de lo servil, lo indigno, lo patético. Es un tiempo difícil para la humanidad. Está al filo de la navaja. Nuestra supervivencia es complicada. Nuestra especie se aproxima a su final, se deteriora cada día que pasa,y nos sentimos plenamente orgullosos de ello. No quedan valores, no queda justicia. Ya casi no queda nada. Es urgente que yo termine mi labor para poder dedicarme por completo a vuestra redención. Me necesitáis.

Es tan evidente...Paro a comer en un pequeño restaurante de una conocida cadena. Miro alrededor. Familias enteras celebran el domingo; fingen alegría; simulan felicidad; tratan de enterrar su mediocridad entre montañas de aros de cebolla, pizza y tarta de chocolate. Globos y chucherías para que los niños cierren la boca un rato, mientras los padres tratan de buscar algo de lo que hablar. Hace mucho tiempo que no se soportan; que él se querría follar a cualquiera mientras ella sueña con un romance que le haga sentir especial. Después volverán a sus casas, a sus mediocres vidas. Y se olvidarán de la tarta y de los aros. Y los globos se habrán deshinchado.Ya es la hora de ir al cine. Salgo del restaurante y me pongo una gorra y las gafas de sol que acabo de comprar. Camino hasta la sala y compro una entrada para una de esas películas noruegas.Creo que hay tres diálogos en toda la cinta.

Supongo que la sala no estará demasiado llena.Me siento en la última fila. Me quito las gafas. Mantengo la mirada baja, mirando mi teléfono. Nadie se fija en mí. Hay pocas personas. Tres parejas y otras tres personas solas. Antes deque apaguen las luces ya he escogido una víctima. Un hombre joven, de unos treinta años. Empieza la proyección. Espero a que pasen diez minutos. Me acerco despacio, agachado. En silencio, me siento justo detrás de él. Nadie parece fijarse en mí. Dejo pasar otros diez minutos para cerciorarme de que todo está en calma. La trama de la película no es mala. De hecho, me gusta bastante. Saco mi cuchillo y, en un movimiento ágil, tapo la boca del hombre con mi mano izquierda y le corto el cuello con la derecha. Escucho un leve quejido, pero el sonido de la película está demasiado alto como para que lo escuchen los otros. Noto cómo su cuerpo se queda sin vida.

Limpio el cuchillo en el asiento y lo guardo. Con cuidado, busco su teléfono móvil. Sobre su regazo dejo una nota que ya tenía preparada. De nuevo, el mismo mensaje: Traidor, tu maestro espera.Vuelvo a sentarme en la última fila y espero otros diez minutos. Nadie se ha dado cuenta de nada. Me levanto y abandono la sala. Salgo del cine con la gorra y las gafas y camino rápido mientras utilizo su propio teléfono para hacer un par de llamadas. Espero que los periodistas no tarden mucho en llegar. Limpio las huellas del teléfono, lo apago y lo tiro a una papelera. Ya está hecho. Poco después vuelvo a la pensión. Ha sido un día muy largo, y necesito un descanso. Repaso en mi mente todos mis movimientos. Una jugada perfecta. Sólo lamento haberme perdido el final dela película. Era buena.

Yo psicópata. El diario de un asesino IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora