XLII Traitor

1.9K 191 17
                                    

El movimiento abrupto es percibido por los intensos ojos de la azabache, encontrándose con la cuarta integrante de su niñez recostada con la cabeza gacha, quieta.

En un acto inconsciente intenta eliminar el movimiento que hace Reiner para centrarse en el pecho de la fémina, relajando unos cuantos músculos de su espalda cuando se percata de la pausada respiración ajena, casi imperceptible.

—Bertolt...—. En una voz tambaleante y dificultosa, la chica postrada al interior de las manos de Reiner habla. Mikasa cierra la boca, presionando sus labios entre sí, genuinamente preocupada. —Dime ahora por qué me quieren si no quieres que este lugar se manche de tu sangre—. Tachibana alza la cabeza, revelándole a la Ackerman un rostro pálido, con líquido carmesí brotando de las comisuras de los labios. Ella sabe que cada sonido que sale de la garganta de su compañera es un dolor tortuoso, sin embargo, ella sabe que tal chica es capaz de soltar un último respiro si eso no cumple sus expectativas con la respuesta del hombre.

Bertolt no tiene a Reiner para que lo proteja, hallándose acorralado.

—Y-Yo... tú—. Tartamudea nervioso, siendo víctimas de dos pares de ojos afilados, uno de los pares tan cerca que puede escuchar el pestañeo lento. —Tu sangre... tu familia está con nosotros—. Ambas chicas saben que el "nosotros" está más allá de un significado cercano. La chica temblorosa infla su pecho, soltando el aire en espasmos. —Tu destino es con los guerreros —.

—No...—. Mikasa quiere hablar, advertirle a su vieja amiga que no es sabio seguir esforzándose, pero ella sabe que no hay otra persona más consciente de su estado de Tachibana. —Mi destino es verlos morir... a ti y a Reiner, de la manera en que más sufran si es posible—.

Y con eso, la fuerza de su cuerpo decae lánguido.

Cuando uno de los dos se sumerge en la inconsciencia, el otro despierta, habiendo escuchado la conversación en la lejanía de sus sentidos adormilados.

Bertolt es empujado con la fuerza de sus pies en rápidos y feroces movimientos. Utilizando la presión que ejercen sus piernas con el cuello de Reiner, Eren funge de aplastadora, aprovechando el espacio estrecho.

—¡Si sabes que es lo apropiado, suéltalos, Bertolt! —. Mikasa, con el pecho alborotado de sentimientos, grita, desesperada.

Acoplándose al cuerpo del titán acorazado, Connie, Sasha y Jean se acercan, decepcionados al ver la verdad que intentaban con tanto esmero escapar.

La traición de sus amigos dejó de ser una horrible pesadilla o mala broma, viendo con sus propios ojos y en cercanía el secuestro y el intento de escape. El saber que aquellos momentos inspiradores y familiares, que tres años han sido una cruel mentira, solo una máscara para ocultar intenciones ocultas.

La imagen de hermano mayor que tenía Braun se desvanece, dejando solo un fantasma en recuerdos dolorosos.

Y es que nadie se esperaba que aquellos simpáticos chicos eran el titán acorazado y titán colosal, quienes se habían infiltrado dentro de las murallas los mismísimos detonantes de la caída de la humanidad, ocasionando numerosas muertes.

Los sentimientos que son revelados por sus pasados compañeros hacen mella en la psique del moreno, bajo la protección que le otorgan las manos de Reiner, viéndose víctima de gotas de sudor frío que recorren sus mejillas y de cómo sus manos tiemblan en nerviosismo.

—...Si dudamos un segundo no podremos recuperar a (T/N) y a Eren—. La suave voz de Mikasa no se vincula a la sombría expresión que se apodera de sus facciones, dispuesta a asesinar a sangre fría sin titubear, conocedora del "bien mayor". —Son enemigos de la humanidad—. Suelta con obviedad.

—¡No queríamos matar! —. El sorprendente e inesperado grito proveniente del interior de la cárcel de carne sorprende a las personas al exterior. —¡No lo hacemos con gusto! —. A pesar que los sentimientos de Bertolt son sinceros, para lo que hace unas horas eran sus compañeros no son nada más que porquerías oportunistas. —¡Nadie, en su sano juicio, lo habría hecho feliz! —. Sus poros destilan desesperación. —Hicimos cosas por las que es normal que rebosen su odio contra nosotros y quieran matarnos... hicimos cosas imperdonables—. Lágrimas se asoman por los ojos de guerrero, pidiendo implícitamente piedad

—Bertolt... —. Mikasa vuelve a acercarse, con una voz suave. —Libéralos—. Ordena, Bertolt percibiendo que la falsa tranquilidad solo es significada de la represión de furia.

—No puedo—. Jadea él, angustiado y sudando. —Alguien debe mancharse las manos de sangre—. Luego de eso no se oye nada aparte de gritos eufóricos y el gas proveniente de los equipos tridimensionales, alejándose.

Bertolt suelta todo el aire retenido en sus pulmones, confiado. Eren, en cambio, presiona más su cuerpo contra el de su enemigo, con rabia.

Pero ninguno se esperaba que todo se detuviese.

Solo un golpe y corazones dando un vuelco.

La iluminación abrupta ciega los ojos acostumbrados a la oscuridad, siendo el azabache quien actúa con rapidez al procesar la situación. Uno de sus brazos rodea la cintura de la chica abatida, tintineando en el aire y la otra se afirma de los cordeles del equipo en su cintura.

Reiner deja de proteger los tres cuerpos que yacen bajo su mandíbula, sumiendo a su amigo en una pésima posición.

Los caballos de la legión, acostumbrados a la carrera, avanzan con rapidez, motivación y determinación, ansiando la victoria. Acoplados a sus jinetes, se acercan sin miedo, como si los titanes no pudiesen alcanzarlos, como si fuesen invisibles ante los seres gigantes.

Pero eso no significa que la muerte haya dejado su trabajo, pues sangre tiñe la verde vegetación, en vestigios de pérdidas que dolerán al momento de llegar a un lugar seguro, pérdidas que irán directo a la espalda de cada una de las personas a cargo del arriesgado plan.

Entre los aires una cabellera oscura como la noche se suma, surcando el cielo con virtuosos movimientos ágiles.

Girando sobre su eje, las alas de la libertad pertenecientes a su espalda revolotean para llegar a su objetivo fijo con determinación.

Unas cuchillas filosas cortan todo a su paso, desmembrando tendones que terminan por liberar su camino hacia el sentido de la misión.

Sus ojos azules pasean por el panorama, encontrándose más temprano que tarde con el cuerpo encorvado en el aire por el agarre del joven, quien siente sus células explotar en pánico.

El de afilados ojos suspira, dedicándole un "Siempre estaré ahí para ti" a la chica.


Uno para el otro (Levi Ackerman)Where stories live. Discover now