XLI Melancholia

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Un quejido, presa del dolor provocado por el agarre brusco que me somete Bertolt, escapa desde lo más profundo de mi ser. Asustada por el torbellino de los movimientos, me sacudo entre sus brazos, intentando librarme de su prisión aun cuando mi vista se nubla de rojo por el dolor latente de las costillas.

Bertolt me rodea los hombros, presionando con su antebrazo mi cuello, en un abrazo de retención. Mis pies juegan buscando un apoyo confiable, no obteniéndolo en el hombro del titán acorazado de Reiner.

La situación no es para nada beneficiosa, Eren ya no es una herramienta para conseguir tiempo, pues yace en un estado de inconsciencia sobre el otro hombro de Bertolt a mi lado, y Ymir ha vuelto luego de unos minutos, con una Krista ensalivada.

Eso impulsa mi adrenalina, multiplicada luego de ver el vestigio de las bengalas en la lejanía, dando por cumplida la poca confiable fe.

Mi corazón golpetea mi caja torácica con las ansias de salir de una vez por todas.

Una cosa es volar por los aires a una gran altura gracias al equipo tridimensional y otra es estar sobre alguien, que a su vez no tiene confianza; Mi respiración es agitada y mi boca se seca en busca de tranquilidad, sintiendo la lengua incómoda en la cavidad bucal.

La vida es corta, y más para alguien que con cada expedición el último respiro está en la mitad de nuestra garganta, dispuesto a salir con cualquier fallo del equipo, presencia de un titán o improvisto en sí.

La gracia de la vida yace de la incertidumbre de no saber el resultado de cada día.

Es malo depender de alguien, y debería estar avergonzada ante mi deseo culposo, pero mi mente recrea la imagen de él envolviéndome en sus brazos en el aire luego de saltar a una muerte segura, ahora confiada de su salvación.

Como un chiste mal contado, el agarre de Bertolt deja de retenerme luego de un movimiento brusco de Reiner sumado a mis intentos de escaparme, deslizándome por las duras protecciones que rodean el cuerpo del acorazado, intentando agarrarme con todas las fuerzas, en un instinto puro de supervivencia, de lo que podría ser el término anterior del trapecio y siguiendo con la clavícula, el zarandeo de Reiner al correr azota mis cansados dedos.

Gimo de dolor, contando los segundos para aguantar, agudizando el oído con la esperanza de oír los engranajes del equipo tridimensional de mis compañeros, pero solo grandes pisadas llegan a mi comprensión.

Insulto a Bertolt, quien me devuelve la mirada asustada, agachándose para poder "ayudarme", pero el cuerpo de Eren hace el amago de escurrirse hacia el vacío, este sin la oportunidad de afirmarse como yo lo estoy haciendo.

Cuando los dedos se me van resbalando por la insistencia y el sudor, una enorme prisión huesuda me acoge, abrazando mi cuerpo en el aire.

Jadeo, viéndome salvada en el momento justo donde sentí los dedos índices y medio ceder.

Ymir es quien, para mi sorpresa, ha desviado mi sentencia, en un acto hipócrita, pues su traición es lo que ha orillado a Eren a seguir en este peligro. Si ellos hubiesen unificado sus fuerzas en contra de Reiner y Bertolt, habría nacido una oportunidad de vencer o, por lo menos, hacer tiempo para el apoyo de la legión.

Las garras, que resultan delicadas con mi maltrecho estado, me devuelven a los brazos de Hoover, quien está listo para adentrarme a la carcel de su brazo asfixiante, cosa que no tengo planeado permitir con facilidad, pues dejo que la impulsividad característica de Eren me posea.

Le propino un certero golpe en la quijada con todo el impulso que llego a adquirir. Apenas logro alcanzarlo por la diferencia de estatura, pero mi mano dominante adolorida y la mandíbula rojiza del moreno me da la satisfacción de la verdad.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Where stories live. Discover now