XIX Limbo

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Temo estar perdiendo la cabeza, temo seguir despertándome agitada, con el camisón blanco pegado al cuerpo por el sudor y la respiración agitada.

La pesadilla es la misma: Camino por un pasillo estrecho en sombras, no hay ningún rasgo distinguible, pero las paredes y piso de madera oscura despiertan en mí una lejana sensación de déjà vu. En el pasillo hay dos puertas con bellos tallados oníricos frente a la otra, como dos hermanos. Cuando despierto me causa curiosidad lo que puede albergar tales habitaciones selladas, pero en el sueño paso de largo sin mayores miramientos, como si estuviese acostumbrada a pasear en esos lares. Siento mi propia respiración en los oídos, y fuera de ese sonido tembloroso, hay unos latidos, no sabría decir si provienen de mí, pero es lo que relaciono.

El recorrido todas las veces es lo mismo, pero lo que cambia es lo que hay a los últimos instantes al llegar al final del pasillo: En la primera noche llegué a una amplio cuarto (después de pasar un umbral vacío) que logro reconocer, pues aquellas mantas de flores muertas y tocador de tres patas con un vidrio manchado me trajeron amargos recuerdos de la habitación de mi madre. Miraba a todos lados, buscando. Me acercaba a algo que cada vez se volvía más borroso, haciéndome imposible la tarea de distinguir el objeto. Cuando sentía algo entre los dedos sentía un tirón violento del cabello; En la segunda noche llegaba a una puerta con un león tallado. Cuando la abrí se me reveló el cuarto más lujoso que he visto, con cortinas infinitas oscuras con telas tejidas, largos sillones del mismo color con cojines dorados con bellos tocados, una alfombra extranjera impoluta, una chimenea apagada con varias esculturas pequeñas sobre ella y mesitas redondas con libros, floreros o teteras, siempre al lado de un sitial. Troto a la ventana, ansiosa de ver hacia afuera, y parezco que veo algo, pero mi cerebro solo procesa un muro de concreto, un paisaje plano. Apoyo los dedos en el umbral, pero un dolor empala mis dedos. No me tardo en ver unas chispas que rápidamente se transforman en flamas que toman territorio por los brazos. Grito, sin poder mover ningún músculo. Me quedo quieta, chillando de miseria hasta que la llamarada cálida se enrolla en el cuello como una soga, ahí termina; La tercera noche llegaba a la misma puerta de la segunda noche, solo que esta vez con un polvo oscuro que te manchaba los dedos, también se repetía el cuarto, pero ante el antecedente de la puerta, este cuarto se avistaba distinto, las cortinas estaban destruidas a la mitad, con cortes, los sillones en el techo, al lado de una araña de luz parpadeante. Todos los otros muebles o decoraciones se encontraban en el suelo con un color a carbón, y esa es la vinculación que hago por el olor a quemado junto a algo nauseabundo. Camino, nuevamente, al ventanal que esta vez tiene una vista completamente roja, es como estar mirando por un orificio que tenga al final un papel de color. Esta vez no alcanzo a posicionar las manos en la madera derruida, pero aquello es provocado por un sonido estremecedor que hace vibrar los vidrios rotos en el piso. Como un latigazo miro hacia atrás. Por la puerta en la que he entrado hay una silueta alta con ojos brillantes azules, un azul frío como el hielo. Es el único rasgo que hallo, pues todo su ser es una sombra negra. Sé que me mira y él sabe que lo miro. Hay unos segundos eternos en que, ilusa, intento convencerme que soy invisible, pues un pavor inhumano me empieza a calar por los huesos. Se me agota el aire de los pulmones, y estoy por tragar este por la boca cuando lo veo moverse como el viento hacia mi persona, no dándome los segundos para pegar el grito que trasciende a la realidad; El cuarto y quinto día es una repetición del tercero, solo que cada vez el olor a podrido es más potente, al punto que cuando despierto sigo teniendo aquel aroma en la nariz

Aquellas pesadillas me dejan agotada, tirada en la cama mirando el techo por varios segundos hasta que mis compañeros se incorporan a ver si algo pasa. Mikasa, cuando es despertada por mis gritos, se aproxima, se sienta a altura de mi cadera y toma mi mano, nos quedamos así hasta que la parálisis se desvanece y si es que mi amiga no está tan cansada me susurra sobre su día. Agradezco de corazón su gesto, pues ha vuelto el no dormir más llevadero, luego que la pelinegra se va a su cama cuando le repito que estoy bien, me quedo ojos cerrados, ahí es donde, para esquivar los ojos azules, repito cada palabra mencionada en la rutina.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu