—¿Tú o ella?

—Ella. Sabes qué cuadro es, ¿no? —Él asiente—. Yo no lo conocía; nunca he sido muy fanática del arte, y ni mucho menos del impresionista. Por eso cuando lo vi de lejos pensé que se trataba de una marea... Ya sabes, la lengua blanca que cubre el cielo. La confundí con una ola. ¿Tú qué pensaste? ¿Qué piensas ahora?

Marcel se queda un momento en silencio. La mirada que intercambiamos basta para que entienda que sabe por dónde voy. Quizá por eso su contestación da en el clavo con lo que necesitaba saber.

—Me pareció una de las mujeres más atractivas que había visto en mi vida —asiente, como si tuviera que convencerse—. Y también la clase de mujer de la que nunca podría enamorarme.

—¿No será que nadie puede enamorarte?

—Yo vivo enamorado de todo el mundo. —Se reclina sobre el asiento y extiende los brazos, tratando de abarcar lo que le rodea—. Estoy enamorado de mí, de mis compañeros, de mi familia, de mi trabajo, de mi ambiente, de mis aficiones, de mi ciudad... Lo veo estrictamente necesario para ser feliz. No me preguntes por qué ella no puede formar parte de esto, ni entiendas con mi explicación que la desprecio. Siento un cariño muy grande por Katita; más del que puedas imaginarte. Pero simplemente ella no es...

Su vano intento por explicar por qué Katia no podría conquistarle me hace recordar a Gael. «Para rechazar a una mujer no hay ningún criterio. Si me preguntara por qué no me siento atraído por ella, no sabría lo que responder».

—No tienes que explicarme nada —interrumpo suavemente—. Yo no soy nadie para decirte a quién debes querer y a quién no; solo necesitaba salir de dudas. Lo que sí me gustaría saber es por qué, de entre todas las mujeres del mundo, tuviste que elegir a la que se iba a casar el mes pasado para acostarte con ella. Y no me digas que no sabías que era la protagonista de la fiesta. Puedo hacerme la tonta delante de mis amigas para no causar un mal mayor, pero sé que no eres un idiota. Sabías perfectamente que era Jacques, entre otras cosas porque me ayudaste a hacer el Power Point y salía ella.

Marcel no se molesta en rebatirlo. Y tampoco parece preocupado por haber sido pillado; ni siquiera arrepentido.

—Me cansé de ser bueno —contesta solamente, con los ojos puestos en la pantalla.

—¿Que te cansaste de ser bueno?

—Lo he sido desde que la conocí —explica, girando la cabeza hacia mí. Sus ojos brillan de manera distinta—. Siempre me conformé con lo poco que podía obtener de ella y reprimí mis sentimientos para no chafar al gilipollas de Claude. Incluso sabiendo que ella me correspondía.

—¿Cómo? ¿Se supone que Jacques es la supuesta chica que de verdad pasó de ti?

—No pasó de mí. Era un secreto a voces que me quería —responde, con los labios apretados—. Pero algunos tenemos código de honor, y Claude era y sigue siendo buen tío. No me iba a meter por medio.

—¿Y te metes cuando se van a casar? Marcel, eso no tiene ningún maldito sentido.

—Yo no elijo cuándo exploto —se defiende—. Te aseguro que no salí de casa pensando que me sentiría la persona más miserable al verla con una corona de flores blancas. Han pasado siete putos años sin besarla, Lulú. Se suponía que tendría que estar bien, pero... —Su voz se apaga—. Pero no está bien.

—¿Besarla?

Me lanza una mirada significativa.

—Dios, Marcel, ¿estuviste con ella mientras estaba con Claude...? —Contengo el aliento, y cuando asiente, me desinflo—. Marcel, creo que lo de acostaros fue un arrebato. Una espinita que tenías que sacarte. Y ella también. En realidad, Jacques quiere a Claude. Siempre ha sido así...

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