CAPÍTULO 7

7.7K 1.1K 342
                                    

Las grandes pasiones son las enfermedades incurables. Lo que podría curarlas, las haría verdaderamente peligrosas.

Goethe


Por primera vez en mucho tiempo no soy la protagonista de la velada. Seguramente mi madre me espetaría que cómo puedo conformarme con estar al margen, cuando no hay nada mejor que una fiesta en honor a uno. Y yo le respondería lo obvio: a veces cuenta más la felicidad de otros que la propia. Es un dicho que siempre se confirma, pero hoy más que nunca. Y os preguntaréis por qué... Pues porque Jacqueline ha anunciado hace unas horas la que podría ser la noticia más importante de su vida.

—¡Claude me ha pedido matrimonio!

Lógicamente ninguna de las cuatro podíamos quedarnos con los brazos cruzados. La primicia merecía, como mínimo, una cena en su restaurante preferido.

Jacques llevaba esperando esa proposición mucho tiempo, tanto que llegó a pensar que Claude nunca se lo pediría. Y creedme cuando os digo que la frustración fue contagiosa; mis cartucheras lo saben bien, porque la primera regla del manual de la amistad decreta que hay que acabar con las reservas de Häagen-Dazs cuando una de tus amigas está triste.

—¿Qué os parecería que la temática de la despedida fuese Super Mario Bros? —propuso Katia, mientras terminábamos de prepararnos para salir a cenar—. Pensadlo. ¿A que a Nina le iría bien el disfraz de fontanero?

—Y a ti el de champiñón —replicó la aludida, mirando a Katia con el ceño fruncido.

—Jacqueline es demasiado fina para que vayamos disfrazadas con monos de ferretería —opinó Adrienne, calándose su viejo gorro de lana con historia propia.

—¿Y qué propones? Espero que no se te vaya a ocurrir lo de llevar batas de científica. —Katia la miró amenazante—. El blanco me hace gorda y no les pega ni a Lulú ni a Jacques por ser tan pálidas.

—¿Por qué no nos disfrazamos de las Winx? —intervine yo—. Es fino y sexy.

—Como no alarguemos las falditas que se ponen esas hadas anoréxicas nos vamos a coger una pulmonía —apostilló Non—. Además de que me niego a ponerme algo por lo que un baboso podría pegarse a mi culo durante toda la noche.

—Punto uno: no estaremos celebrándolo en la calle, así que no pasarás frío. Lo normal sería dar tumbos y montar un escándalo por el centro, pero Jacques no es de esas, así que nos conformaremos con disfrutar de la fiesta en el local que alquilaremos. Punto dos: da igual lo que te pongas. Te van a mirar lo mismo, porque eres guapa y los tíos están muy salidos. Y tercero... —Katia mantuvo la expectación hasta el final—. ¿Por qué nos va a parar lo que pueda hacer un mirón? Somos libres.

—Y jóvenes —añadí yo.

—Y guapas —remató Nina.

—E impuntuales —concluyó Adrienne, mirando su reloj. Desde que la conozco me ha impresionado esa manía que tiene con el tiempo—. ¿Sabéis que llegamos quince minutos tarde? Que vamos a cenar en su honor, joder...

—En su deshonor —corrigió Nina, riéndose—. Esa está ya más desflorada...

En cuanto terminamos de vestirnos, y sin dejar de lanzar propuestas al aire, llegamos al restaurante. Por turnos, nos abrazamos a la protagonista de la noche, le damos la enhorabuena hasta desgastar la palabra y nos sentamos alrededor de la mesa. Jacqueline procede a contar cómo fue la pedida, y lo mucho que le impactó, recordando entre medias, y no sin cierta amargura, lo que ya he mencionado antes: nada podría haberla sorprendido tanto como un anillo.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora