CAPÍTULO 5

8.9K 1K 244
                                    

El azar no existe. Dios no juega a los dados.

Albert Einstein


Aunque al principio tuve mis dudas, trabajar con Angelart está resultando bastante más sencillo de lo que pensaba. Sí, hago dos días por semana el hercúleo esfuerzo de madrugar para dejarle las tardes libres —y eso es deprimente para una amante de la siesta como yo—, pero por lo demás todo va sobre ruedas.

Claro que he tardado en acostumbrarme a él, a relajarme en su presencia y a comprender los matices de sus contestaciones. Ya sabíamos todos que Angelart no es una persona con la que sea fácil entenderse, ¿verdad? Es algo que se ha visto y hemos conocido de primera mano. Pero también es un pozo de sabiduría que impone e intimida justamente por eso. En más de una ocasión me he sorprendido a mí misma escuchándole casi con devoción por lo que me explicaba, pese a la brusquedad de sus consejos. Aún no me ha dado ninguna opinión personal —me imagino que no debe ser plato de buen gusto admitir en voz alta que te gusta una oda a tus defectos—, pero por la manera que tiene de referirse al libro, parece que no le desagrada.

De todos modos, hay un factor que suele impedir que me centre del todo en las horas que pasamos juntos, y es su silencio. Cuando no habla, mi imaginación y mi curiosidad toman las riendas y me acabo perdiendo en sus gestos de concentración, sus movimientos, sus comentarios en voz alta...

Si me preguntaran cuál es el secreto para ir dejando marchar el rencor, no sabría responder. Pero que el objeto de tus desprecios sea tan interesante y siempre prevalezca la intriga hacia sus singularidades, es un buen comienzo para obviar sus imperfecciones.

Sin embargo, y aunque el abismo que nos separó desde el principio vaya reduciéndose, seguimos teniendo nuestras diferencias. Pese a no haber sido nunca una persona caracterizada por sus resentimientos, a veces me gusta hacer referencias a nuestras discusiones y bromear al respecto. Mala idea, porque la herida está reciente y muchas de las consecuencias de intentar sanarla pitorreándome han sido un mosqueo, un portazo y cortes de mangas que nunca ha llegado a ver.

Aún no sé si me beneficia discutir con él, porque da igual que sirva para recordarme que podría volverse en mi contra si sacara otro libro y decidiera reseñarlo —una poética manera de referirme a sus puñaladas en verso, ¿no?—; en el día de hoy, y desde el primer momento, pelearme con él es una interesante manera de liberar tensiones... Y un recordatorio de que si no nos lleváramos tan mal, si no hubiera empezado nunca esta guerra entre páginas, habría caído a sus pies como una ilusa.

Esto no tiene que ver con mi pasión por el dolor, la ternura que me inspiran las causas perdidas o el interés que se tiene por los imposibles, sino con lo que él es en sí mismo. Inteligente, ingenioso a su manera, y... Y la tentación hecha carne, improvisada en la figura de un hombre completamente inaccesible que en este preciso momento le da un sorbo a su té.

Si alguien me hubiera dicho hace dos años que ahora estaría sentada sobre la mesilla de café de su despacho, balanceando las piernas y entrechocando mis bailarinas rojas mientras espero una corrección o sugerencia, no me lo habría creído. Y si encima me hubiesen contado que estar a solas con él me produciría una inquietante sensación de vértigo... Directamente me habría reído en su cara.

—¿De qué parte de España eres?

¿Qué? No voy a mentir: llevo días esperando averiguar cualquier cosa sobre su vida. Es un completo misterio para mí, y me apasionan los enigmas. Para mí, Angelart encarna el ideal que todo escritor busca para convertir bajo los toques adecuados en material de novela.

—No nací en España —contesta sin mirarme. Es mucho pedir que de vez en cuando me preste atención, pero lo perdono porque no puedo competir con un libro. Un libro siempre será más atractivo que yo, incluso si ese en cuestión lo pone a parir—. Pero viví en Madrid.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora