CAPÍTULO 10

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Para que pueda surgir lo posible es necesario intentar una y otra vez lo imposible

Herman Hesse


Si pensaba que iba a descansar más durmiendo en otra habitación, me equivocaba el triple que ayer. ¿Y quién habría podido dormir? ¿Vosotros habríais tenido estómago? Porque esa cita de Abbey no es que me haya roto los esquemas, es que, a estas alturas, los esquemas están gravitando alrededor de Saturno.

Claramente no se podía esperar un halago corriente viniendo de Gael, pero es porque jamás habría imaginado que se le ocurriría hacerme uno. Así, a secas. Aunque... ¿Puede denominarse como tal? Si le causara emoción definirme como «todo lo que es bonito», habría habido un final feliz de cuento de hadas en medio del pasillo, pero no. Se había largado sin más, como si le molestara la idea de verme como un ser humano que merece la pena.

En fin... Todo es muy confuso, y no ayuda no tener a mis amigas a mano para preguntarles por el significado de esta tramoya. Pero si algo tengo claro, es que me he estado equivocando al asumir que Gael entra en la lista de inaccesibles. Él siente algo por mí. Se le puede poner el nombre que uno quiera: atracción, interés, curiosidad... O a lo mejor no es un sentimiento, ni siquiera una emoción, pero no le soy indiferente. Frente a esto, y si os pilla por sorpresa es que habéis estado muy despistados, solo puedo resolver con la reciprocidad, porque para mí tampoco es uno más.

Ahora bien... ¿Qué se hace con eso, cuando él no parece dispuesto a mover ficha? ¿Tengo que moverla yo? ¿Debo esperar? ¿Me estoy haciendo pajas mentales para algo que puede que no tenga mayor importancia? Porque reconozco la vena cruel de Gael, o la de Angelart —prefiero separarlos, porque ahora que conozco al primero me parecen personas muy distintas—, pero no creo que tuviera intención de provocarme si no necesitara expresar libremente lo que le carcome. En resumen, dudo que esté jugando. O a lo mejor solo soy yo pensando lo mejor de él porque me ilusiona la expectativa de estar en sus pensamientos. ¿Cómo no ilusionarme? Sé que vosotros me comprendéis y no perderéis el tiempo juzgándome. A fin de cuentas, ¿he elegido yo por qué trasero babear? Bastante me lo estoy currando intentando que no se note, aunque parafraseándole... parece que no lo miro amigablemente, sino todo lo contrario.

Bueno, estoy segura de que podrá superarlo.

Y esto es todo lo que me ha impedido pegar ojo. Morfeo ha decidido darme la espalda deliberadamente, plantarme en el mundo real sin posibilidad de escapada mediante una cabezadita, y ahora tengo que batallar con unas ojeras kilométricas. Aquí es donde se inserta el agradecimiento al corrector, al colirio y al té frío en cantidades industriales. Nada le puede a mi fuerza de voluntad, ni siquiera un espejo cuando tengo cara de protagonista de película de terror.

Lo único que le puede a mi decisión es al Gael que aparece en la puerta de mi habitación con una sencilla camiseta de algodón a juego con sus ojos, unos vaqueros más informales y las gafas de sol colgando del escote.

¿Qué queréis que os diga? Está para untarlo, y también para tomárselo sin artificios. Algo que yo llevo un tiempo sabiendo... De hecho, algo que sé desde que lo miré a la cara la primera vez y mi lado racional tuvo que reconocer pese al enfado que le nublaba el juicio... Pero que ahora se ha acentuado hasta hacerme daño físico.

—Vamos, vestiditos. —En efecto, llevo un vestido. Soy muy predecible, ¿verdad?—. Voy a enseñarte la ciudad.

No hace falta que gritéis la palabra «cita». Ya está taladrándome la cabeza sin compasión. Tened presente que no lo es, ¿vale? Solo está siendo amable. Aún no tengo motivos suficientes para pensar que quiere algo conmigo, simplemente... le atraigo. Ahí se acaba el asunto, ¿de acuerdo? Bien, porque no quiero oír ni una palabra al respecto.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora