CAPÍTULO 1

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El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad.

Giovanni Papini


—¡Por Lucille Viel!

Esa ha sido Jacqueline, que se tambalea incluso desde el asiento al levantar un tembloroso brazo en actitud festiva. Todo lo que tiene de inocente se va a freír pimientos cuando le ponen una indeclinable cantidad de alcohol delante. Pero no es la única, solo la más afectada. El champagne del restaurante ha sido tentación suficiente para empujarnos a un pub parisino a terminar lo empezado, esta vez con algo menos elegante y, definitivamente, mucho más fuerte.

—¡Por la escritora Lucille Viel! —corrige Adrienne, levantando las cejas varias veces y esbozando una sonrisa lobuna. Aúpa su brazo también, chocando el borde de su vaso con el de las demás—. ¡Y por el protagonista de la obra, Angel d'Accart!

—¡Y por el cerdo de Angelart, también! —culmina Nina.

La risa generalizada da el brindis por concluido.

Viéndome con las mejillas arreboladas, doblada de la risa y las tremendas ganas de salir a mover el esqueleto, nadie se atrevería a decir que he tardado dos dolorosos años en llegar al punto en el que me encuentro actualmente: ese en el que celebro a viva voz que soy una de las escritoras best seller del momento.

Las rupturas son en extremo dolorosas, y sufrí una de las peores al desprenderme de mi pasión por la escritura durante los meses que siguieron a mi fatídico encuentro con Angelart. Tal y como Adrienne predijo en su momento, aquel tipo consiguió aplastar mis esperanzas y llevarse consigo buena parte de mi inspiración. Lo que sentí que procedía tras marcharme del edificio dando un portazo, fue abandonar mi estúpido y utópico triunfo, echar el portátil a la chimenea y buscarme un empleo que atentase contra los derechos humanos para no tener ni un instante para pensar en mis miserias. En ese orden. Y lo hice: pasé olímpicamente de escribir, ignoré las miraditas cargadas de rencor que me lanzaba mi ordenador desde el escritorio y empecé a trabajar en la floristería más famosa de París. No todo fue malo... De hecho, nada fue malo, porque gracias a eso conocí a Jacqueline, quien precisamente me alentó a no dejar que nadie me pasara por encima y hasta que no me pilló aporreando las teclas de su ordenador de mesa no dejó sus discursos motivacionales. Ella no fue la única, por supuesto: Adrienne —mi mejor amiga— y Nina también tuvieron un papel relevante en la búsqueda de la antigua y risueña Lucille. Esta última especialmente, porque además de ser mi primera amiga en París, fundó el club anti-Angelart para mostrarme su apoyo y se ocupó expresamente de encontrarme una agente literaria que póstumamente me catapultaría a la fama en la mejor editorial francesa: Vents d'hiver.

En el momento en que conseguí que dicha empresa se interesara por mi nueva obra, dejé de pensar en Angelart. Al menos continuamente. Dejé de recordarle con temor, impotencia y desprecio. No lo he perdonado y no lo haré jamás, y ya puede amenazar con inmolarse para obtener mi perdón, pero prefería no envenenar mi paso por el mundo recordando que existían individuos indeseables y que tuve la mala suerte de dar con el peor de todos. Dejé de llorar y lamentarme a partir de cierto punto, y desde entonces, todo fue hacia arriba. Todo va hacia arriba. Conseguí publicar a lo grande hace un año, y en menos de lo que dura un embarazo, Internet estuvo atestado a reseñas sobre él, en todos los rincones literarios físicos se mencionaba al menos un par de veces como diamante en bruto y, hoy día, se está especulando sobre la posibilidad de rodar una serie basada en el argumento. Nunca, ni en mis más locos sueños —y menos después del desastre Angelart— pude haber imaginado que llegaría a tener tanta repercusión.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora