CAPÍTULO 15

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—Se va a ir —murmuro, agachando la cabeza. Me encojo más aún sobre mí misma y empujo la pared en la que estoy apoyada con la espalda—. Non se va a ir.

Marcel es enemigo acérrimo y mortal del silencio, así que no permite que la tristeza me invada intentando aplastarla con su tono eternamente alegre. Encoge un hombro, como si no fuera para tanto, y se coloca delante de la fotocopiadora para terminar de sacar el taco de folios que acaba de imprimir.

—¿Y qué pasa con eso? ¿Es que se va a ir a algún país en conflicto? Porque si su vida no va a estar en peligro, no lo entiendo —replica—. No es como si no fueras a volver a verla, ¿a que no?

Niego con la cabeza mecánicamente. Me habla como si fuera a inculcar el dogma de «no pasa nada» en mi cabeza con la técnica de la repetición. Y si me estuviese contando algo de importancia nimia, lo mismo serviría. Pero no va a convencerme de que la idea de que Adrienne se vaya a vivir a otro país es ni remotamente atractiva.

—Es mi mejor amiga, Marcel. No quiero que se vaya: la necesito en mi día a día.

—Eso que has dicho es una contradicción del tamaño de mi ego —comenta, meneando la cabeza. Es interesante esa manera que tiene de hacer comparaciones y metáforas ofensivas solamente hacia él. Desde luego se ahorra problemas no proyectándolas sobre el resto—. Lo de que sea tu mejor amiga y no quieras que se vaya. Si no recuerdo mal, me has dicho que trabajar en Múnich es el sueño de su vida. —Se me queda mirando como una abuela a la espera de la confesión de quién se ha comido la última galleta, por encima de las gafas de culo de vaso que no tiene y frunciendo los labios exageradamente. Yo asiento—. Entonces, ¿por qué no eres buena amiga y evitas poner trabas para que se marche a cumplirlo? Seguro que también será difícil para ella abandonar su ciudad. Solo añadirás peso a sus hombros recordándole que vas a pasarlo mal.

—Pero es que voy a pasarlo mal —farfullo, cruzándome de brazos—. Y mi madre siempre me dice que es importante decir en voz alta lo que sentimos, que la gente no es adivina.

—Eso te lo decía porque no quería que le mintieras una vez te echaras novio y empezaras a hacer rabona para verte con él. Y está bien, pero en el mundo de los adultos las cosas cambian.

Suspiro profundamente y acabo asintiendo. Eso sí: no cambio el semblante un ápice. Tengo que aprovechar que Marcel me permitirá estar de morros todo lo que quiera aunque sea molesto. Ya tendré tiempo de fingir exultante emoción cuando celebremos el ascenso de Adrienne.

Le enviaron ayer un correo y le dijeron que estaba dentro de la iniciativa. Y como la iniciativa tenía que llevarse a cabo en Alemania porque allí se invierte bastante en investigación, tiene que marcharse durante los próximos nueve meses. ¡Nueve meses! A saber dónde estoy yo dentro de un año laboral, si con veinte libros publicados, con un hijo indeseado fruto de una noche frenética o bailando desnuda bajo la Torre Eiffel para conseguir unos cuantos euros.

El caso es que Non se va. Se me va.

—Encima tendré que regalarle algo, como si me alegrase que me abandone como a una colilla —refunfuño—. Un mantel bueno, o una vajilla nueva, o forro para los cojines del sofá... Algo caro y que le sirva para amueblar la casa. Y además tengo que comprar aún el regalo de boda de Jacques, que hemos adelantado para que Non no se la pierda.

Marcel me mira de reojo un momento, pero gira tan rápido la cabeza hacia la fotocopiadora que parece que lo he soñado.

—Dinerito a ambas y arreando.

—¿Tú le regalarías a tus mejores amigas algo tan banal como el dinero cuando van a dar los pasos más importantes de su vida?

—No necesitan otro regalo que el de dar esos dos pasos. Y si no, creo que tendrían suficiente con mi presencia durante dichos acontecimientos. ¿Qué más podrían querer?

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora