CAPÍTULO 3

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El destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente.

Henry F. Amiel

—Se te va a desintegrar el dedo de tanto hacer clic —comenta Flavie. Pasa por el lado izquierdo del mostrador con un par de maceteros para colocar en el expositor, no sin antes echarle un vistazo a la pantalla en la que tengo los ojos clavados desde hace una semana. Alza la voz sin mirarme para satisfacer su curiosidad—: Jacques, ¿se puede saber qué le pasa a Lulú con el ordenador? No me digas que se ha metido en ese programa de citas online que tanta fama tiene ahora y espera la respuesta del príncipe azul virtual.

Jacqueline, hasta el momento barriendo las hojas muertas que se desprenden de las macetas, esboza una sonrisilla ligeramente turbada. Levanta la cabeza de su tarea y mira a su hermana mayor guion ayudante de la floristería guion mejor amiga del mundo mundial.

—Hoy sube Angelart la crítica, pero como está muy nerviosa lleva revisando su página web unos días.

—¿Quién sabe? —murmuro, volviendo a darle al botoncito de refrescar—. Me odia tanto que capaz es de no poder esperar para plasmar su profunda indignación.

—¿Indignación? —Flavie arquea una ceja castaña y pone los brazos en jarras—. Pero, ¿no se supone que se acabó todo el drama con él hace unos años?

—Por lo visto, no. —Me encojo de hombros, intentando dar la imagen de chica dura que no me pega ni con cola. No quiero preocupar a nadie: si tengo que llorar, ya lo haré en mi casa y en brazos de Nina. De cara al resto, tan feliz y santas pascuas—. Esto me pasa por atreverme a gritarle en público.

—Es que no sé cómo se te ocurre darle cuerda a ese homicida verbal —interviene Adrienne, apareciendo en la floristería como por arte de magia—. Admítelo, Lulú. Todo esto tiene que ver con que te encanta hacerte daño.

La fulmino con la mirada, que se planta delante del mostrador con un volumen recién adquirido de la biblioteca y se cruza de brazos. ¿He mencionado ya que esa es su frase favorita? Se pasa la vida escudándose en el «eres una masoquista», igual que mi madre con el «pasas demasiado tiempo navegando por Internet». Solo falta que achaque cualquier dolor de cabeza o un hueso roto al placer inconmensurable que me produce ser criticada despiadadamente en una web para amantes del salseo.

Y en realidad no está mintiendo, pero me niego a aceptarlo. Una chica tiene su orgullo.

—Sólo quiero saber qué opina sobre el libro, ¿vale?

—Claro que sí. Seguramente leerías hasta una crítica sobre tu flequillo.

Frunzo el ceño.

—¿Qué le pasa a mi flequillo?

—Que está pasado de moda, cosa que ni a ti ni a Angelart os importa. Pero estoy segura de que cuando él se quede sin razones por las que criticarte y se sirva de algo tan superficial como tu corte de pelo, irás a leer lo que escriba sobre ello. Y te lo tomarás como algo personal, por supuesto.

—¿Es que acaso no es como para tomárselo mal? —me defiendo. No puedo rechazar su tesis, porque de nuevo, tiene razón—. No es culpa mía ser vulnerable al encanto de una palabra bien dicha, ni que utilice su gloriosa capacidad discursiva para reducirme.

—Pero es tu culpa dejarte pisotear. ¿Es que no tuviste suficiente hace dos años? Que escriba lo que le dé la gana, ya has triunfado. No es como si tuvieras que tener sus bendiciones para seguir volcándote en lo que te hace feliz.

—Te prometo que si la crítica es mala, pasaré de largo —juro solemnemente, poniéndome el puño en el pecho—. Y si es buena, solo me regodearé un poco y luego me dedicaré a mis cosas. Tengo menos ganas de que ese hombre obstaculice mi vida que tú, Non. Aunque no te lo creas.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora