CAPÍTULO 16

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El amor es el déspota más orgulloso del mundo. O todo, o nada.

Stendhal


Nina puede tener muchas virtudes —es guapa, es alta, es divertida y es exitosa—, pero el don de la lingüística no forma parte de ese dechado que la convierte en una de las personas más maravillosas que conozco. Por eso no es de extrañar que, después de leer las diez páginas que he puesto a su disposición acercándole el portátil —donde llevo tecleando sin parar dos horas—, solamente diga:

—Joder, es deprimente. —Y como no es ninguna fan de las historias de amor fáciles, añade—: Me encanta.

Suficiente para que sepa que lo estoy haciendo bien.

—Me gusta cuando dejas caer que sus ojos son preciosos. Lo haces de manera sutil, en el momento perfecto —comenta Katia. Eso me hace sonreír: ladeo la cabeza y me quedo mirando la puerta del despacho de Gael, como si así pudiera agradecerle su consejo—. Hace que me lo imagine como un bombonazo explosivo de dos metros y nalgas de acero. Culazos aparte... ¿Qué os parece? Es el logo de la firma de los eBooks que vamos a lanzar a finales de verano.

—Me gusta. Es cosa de Marcel, ¿no? Es su estilo.

—Sí —sonríe Katia, orgullosa—. Es increíble...

—Increíble, sí —corta Nina, algo brusca—. ¿Qué me dices de él, Lulú? ¿Te gusta?

—¿Qué? —Parpadeo, mirando a mi vieja compañera de piso con el ceño fruncido—. No, claro que no. Es muy atractivo, pero no es mi tipo. Además de que se ha convertido en un gran amigo mío. Los amigos son intocables.

—¿Cómo se va a liar con Marcel? —se mete Katia, con los brazos en jarras—. ¿No te enteras de que está enamorada de otro?

Nina hace su clásico gesto de «qué me estás contando».

—¿Y desde cuándo estar enamorado te impide tener sexo con un bombón despampanante? Uno se enamora todos los años, pero no todos los días se encuentra con un hombre que merece la pena. Enamorarte sigue sin hacerte exclusivo.

Antes de presenciar otra de las múltiples peleas verbales entre Nina y Katia, me pongo en pie con mis nuevos folios en la mano.

—Ahora vengo, ¿vale? Voy a preguntarle a Gael qué le parece lo nuevo.

—Pues coge la armadura, que no eres el Cid y te va a apalear de lo lindo —contesta Katia, sentándose en mi sitio y arrastrando mi portátil para meterse en YouTube. Pongo los ojos en blanco y me marcho, olvidándoseme preguntar qué hace Nina en la editorial cuando hace años que no trabaja aquí.

Justo cuando voy a tocar a la puerta del despacho, ésta se abre. De ella no emerge Gael, sino Marcel: y lleva una sonrisa de pillo que me hace mirarlo con los ojos entornados.

—¿A qué viene esa cara?

Él no me contesta, sino que se encoge de hombros y continúa su camino. Lo veo bajar las escaleras con su desparpajo natural, lanzarle un beso a Liv en la lejanía y meterse en su oficina.

Me encojo de hombros mentalmente y, sin pedir permiso esta vez, entro aprovechando que Marcel ha dejado la puerta abierta. Antes asomo la cabeza solo para cerciorarme de que Gael está en el interior, y cuando capto su figura en pie y quieta como una estatua, me decido a atravesar el umbral.

—Hola —saludo, sonriendo—. He venido a enseñarte...

Él levanta la vista de golpe y me mira con una intensidad que casi hace que me tambalee. Y no parece ser algo positivo, porque rodea la mesa y se me acerca con un músculo palpitándole en la mandíbula. Mi primer instinto es retroceder, pero no dejo que mis piernas cedan a la tensión y alzo la barbilla para mirarlo.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora