CAPÍTULO 25

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El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse.

Roger Martin du Gard


Mi hermano está sentado en la cama observando cómo me peleo con el armario. Lleva unas semanas más callado de a lo que nos tiene acostumbrados, pero es lógico: después de haber desembuchado toda la verdad tiene miedo de las consecuencias. A lo mejor cree que voy a irle con el cuento a nuestra madre, como si volviéramos a tener diez años y se hubiera comido las últimas galletas estando a dieta. En ese caso tendré que sacarlo de su error... a su debido tiempo. Sigue siendo culpable, en parte, de estar metido donde está metido. Es cierto que la presión de grupo afecta hasta hacer que uno pierda completamente la noción de sí mismo. Ahora bien: podría no haberse acercado a ellos en un primer lugar.

—¿No crees que es un poco estúpido volver a salir con tu ex? —me pregunta, tras un largo silencio.

—¿Tú crees que lo es? —Pongo los brazos en jarras—. No es como si fuéramos a volver a ser lo que éramos. Solamente va a ser una cena. Una cena gratis —puntualizo—, en mi restaurante preferido.

—Pero te puso los cuernos, ¿no?

—Sí, me los puso. —Suspiro profundamente y me pongo a sacar vestidos del armario. No es que esté nerviosa ni nada por el estilo: el problema es que André me ha visto llevar puesto todo lo que almaceno en los cajones y sería bonito hacerle ver que me he comprado algo nuevo en los últimos años—. Se supone que los cuernos no tienen perdón, pero lo disculpé porque estaba muy borracho y llevábamos un par de meses sin vernos. Cosas de exámenes, sus oposiciones y demás.

—No, no tiene perdón —cabecea mi hermano, pasando olímpicamente de mis pretextos.

Vuelvo a suspirar y me quito el vestido que llevo puesto para ponerme un pantalón de pinzas, una blusa ceñida con encajes y un par de zapatos de tacón no muy exagerado. Si lo piensas es un poco patético quedar con la persona que te engañó, pero si sometes la situación a un análisis más profundo y echas un vistazo a mi vida en retrospectiva, mi historia con André no es la más deplorable de todas las que he tenido. Al menos él no tiene una esposa ingresada a la que no se puede odiar porque es sencillamente encantadora.

—¿Has hablado con Monique? —pregunto desinteresadamente.

—No —contesta, con un hilo de voz—. No... No he sido capaz. Por ahora no contesto a sus mensajes.

Me giro hacia él conteniendo un tercer suspiro. Tomo asiento en el borde de la cama y estrecho su mano, fijándome en que está temblando. Tal y como me admitió, no es quien está metido en el asunto de las drogas. Si bien es cierto que las ha probado y después de tener un problema con ellas no volvió a tocarlas, sí que le preocupa a quiénes decepcionar si le dice adiós al mundillo.

—¿De qué tienes miedo, Boo? Estamos todos de tu parte.

—Ella no.

—Ya lo hemos hablado —le recuerdo—. Que tu novia tenga problemas con las drogas no significa que debas apoyarla metiéndote de lleno en el tema. Hay muchas maneras de colaborar con una persona en esta situación, y ninguna tiene por qué salpicarte.

—Es que... No es que ella tenga problemas. Está ahí porque quiere, ¿entiendes? —murmura—. Monique sale de casa para drogarse, para ir a fiestas en las que se mete o para pasarle coca a su grupo de amigos. Su vida gira en torno a eso. Y si yo quiero tener un lugar a su lado, tengo que hacer exactamente lo mismo.

—Cuando empezasteis a salir... ¿Ella era así? —Ladeo la cabeza, mirándole con los ojos entornados. Observo que su semblante cambia drásticamente—. No, ¿verdad? Eso quiere decir que estás enamorado de quien solía ser, no de quien es ahora. Y siento mucho ser yo quien tiene que admitirlo en voz alta, pero si está ahí por voluntad propia y aún no tiene los ojos abiertos, te va a costar lo indecible hacer que vea la luz. Cosa que en realidad no tienes que hacer. Tibault, no puedes ser el salvador de todo el mundo.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora