CAPÍTULO 19

6.9K 767 179
                                    

—Deja eso —mascullo, con la voz temblorosa—. No quiero que me toques.

Gael levanta la mirada desde su posición, con una expresión que deja manifiesto que no piensa dejar pasar el chorreo de sangre de mi herida recién abierta. Está sentado sobre sus rodillas como si fuera a hacer una plegaria a mi nombre, con un algodón empapado en alcohol en una mano y una caja de tiritas en otra.

—No voy a tocarte. Voy a curarte.

—Es imposible que puedas hacer eso. El que hace la herida no es el que puede sanarla.

Decido apartar la mirada, aunque por mera supervivencia. Ya sabemos que Gael tiene esa clase de ojos por los que uno pasaría por alto defectos e insultos y se acostumbraría al dolor extenuante de los corazones rotos.

—Estamos de acuerdo —murmura. Eso me llama la atención. Es la primera vez que no me lleva la contraria—. Pero puedo intentarlo, al menos.

No nos estamos refiriendo a la herida de la rodilla, y eso hace que mi pecho se agite angustiado. Él no es idiota: sabe perfectamente cómo me siento y el daño que me ha hecho.

Al final, y como no podía ser de otra manera, cedo a que termine de limpiar la sangre y cierre el par de cortes. Cuando acaba, se sienta frente a mí en otro de sus sillones y apoya los antebrazos en los muslos.

—No estoy casado.

—Y un cuerno.

Gael inspira profundamente y retiene el aire en sus pulmones un momento.

—Si quieres la historia completa, no tengo ningún problema en contártela. Pero esa es la conclusión, al menos en términos legales.

—No, no es la conclusión. Ni en términos legales ni en términos de lo que te apetezca. Que no estés casado no me ayuda a saber por qué te comportas así, por qué te sientes culpable cuando me tocas y por qué has estado ocultándolo durante tanto tiempo. Y no es una cuestión de que quiera, sino de que la necesito. Necesito que me digas la verdad de una vez por todas, ¿entiendes? —Lo miro directamente a los ojos, deseando que comprenda lo que estoy intentando decirle. Y no puede, así que no sé para qué me molesto. No porque carezca de sensibilidad, aunque a veces haya demostrado que así es, sino porque nunca podré expresar al pie de la letra cuánta desesperación acumulo—. Estoy de acuerdo con que no me dijeras nada antes de nuestro viaje a Madrid, pero ahora formo parte de este revuelo, tanto si ella lo sabe como si no. Y creo que me lo merezco. Creo que tengo que saberlo.

Él asiente, y yo me permito relajarme un poco. Gael nunca da la razón como a los tontos, por lo que supongo que ha decidido que por una vez, a sus ojos, no estoy diciendo ninguna locura fácilmente desdeñable.

—Me casé con Nathalie unos años después de terminar la universidad —comienza, con los ojos clavados en el ventanal que ilumina mi espalda. Solo por curiosidad miro el reloj, que se encuentra sobre una pila de hojas escritas a mano. Las siete y cuarto. Las siete y cuarto, Lulú; piensa en las siete y cuarto y no en que realmente estuvo casado, y que podría seguir estándolo—. Era extrovertida y carismática, además de increíblemente inteligente. Fue inevitable que me fijase en ella. Tenía todas las virtudes que no tengo y que quería que iluminasen mi vida a diario. Pero supongo que eso no es lo importante, ¿verdad?

—Todo es importante.

Él vuelve a asentir con la cabeza.

—No voy a mentirte. Era muy feliz a su lado, y creo que ella lo fue conmigo. Esto que ves ahora no es un tercio de lo que solía ser —añade en voz baja, señalándose—. Para ser el hombre ideal para Nathalie, debías ser dicharachero, ingenioso y espontáneo, y eso es lo que era yo. Y lo era porque pensaba que lo tenía todo, y que lo tendría todo mientras fuera mía... Pero no se me pasó por la cabeza que el amor podría desgastarse, o que habría cosas que escaparían a nuestro control. Cosas que estaban por encima de nuestros sentimientos.

Mi mayor inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora